Subtitulado ‘Investigación sobre un cuadro de Van Eyck’, El affaire Arnolfini es una lúdica disección del famoso cuadro expuesto en la National Gallery londinense. Su autor, Jean-Philippe Postel, aplica los métodos de observación de su profesión médica junto a los deductivos de una investigación detectivesca para interpretar una obra ciertamente desconcertante, manteniendo al lector pegado a las páginas de su breve ensayo como si de un emocionante thriller se tratara.
A ese lector, además, le divertirá poder corroborar los hallazgos que le va mostrando el autor acudiendo a las imágenes que se incluyen en el libro o, mejor aún, mediante las que, en alta resolución, se pueden encontrar en la red y cuyas sucesivas ampliaciones le mostrarán detalles significativos e inesperados. Algo así, apunta Postel, como lo que le ocurrió al protagonista de Blow up y de ‘Las babas del diablo’.
Para posicionar al lector adecuadamente, Postel traza la trayectoria espacio temporal del cuadro desde su creación en 1434, cuando Van Eyck se encontraba al servicio del duque de Borgoña, hasta su llegada a Inglaterra tras las guerras napoleónicas. La mayor parte de ese tiempo lo pasó el lienzo en la corte española, llevada allí por la hermana del emperador Carlos, hasta su desaparición en tiempos de Pepe Botella.
También considera necesario el autor presentarnos a la familia de comerciantes italianos Arnolfini, algunos de cuyos miembros se habían establecido en Brujas, identificados como los personajes del cuadro por la proximidad fonética entre su apellido y el que aparecía en la primera descripción de la obra: Hernoul-le-Fin con su esposa. Así que, a fin de cuentas, los misterios empiezan pronto: no existe certeza sobre la identidad de las figuras representadas.
La primera hipótesis de Postel juega precisamente con el sentido burlesco que nombres como Hernoul o Arnolfo tenían en aquel tiempo, y que harían aparecer la pintura como la representación bufa de un marido burlado. Una hipótesis apoyada además por unos versos de Ovidio en el marco original perdido.
Dejando atrás esa maniobra de distracción que él mismo introduce y desestima, el autor pasa a analizar los múltiples detalles de una obra entre los que no deja de intuir pistas falsas y dobles lecturas. No escapan a su escrutinio la mano alzada del posible marido o la posición de las que aparecen unidas en el centro, los adornos de los muebles, las velas del candelabro colgante, el árbol que se entrevé por la ventana, los zuecos, las chinelas y, sobre todo, el espejo en el que se refleja la escena, aquel que parece desvelar el terrible misterio que la rodea.
Un indicio inquietante se va a añadir a todo lo que el detective Postel va descubriendo: la presencia de una cerradura en los postigos que, temporalmente, protegieron la pintura. Se buscarán entonces referencias en antiguos textos sobre vampiros y apariciones y, rayando el relato de terror, se irá construyendo la sorprendente tesis final.
Habrá que convenir, no obstante, en que algunas de las interpretaciones pueden parecer arbitrarias y traídas por los pelos, como el propio autor reconoce. Incluso este cree descubrir, a partir de ciertas disposiciones de elementos en el cuadro, unas letras que, unidas, compondrían un mensaje oculto, el que, al más puro estilo de algunas novelas de intriga, vendría a redondear su investigación.
Finalmente, animado por la presencia de autores como Perec, Queneau y Lewis Carroll en las citas que encabezan algunos capítulos, y por la insistencia de Postel en el doble juego de significados del maestro flamenco, el lector podría atreverse a adjudicar también un doble sentido al texto, añadiendo a la apariencia de estudio apasionado de una obra inquietante, el sentido de parodia de ciertos ensayos académicos, aquellos que contienen explicaciones tan forzadas como las que aquí hemos encontrado.
Sea cual sea la elección del lector a este respecto, lo que sí podemos asegurar es que, tras la lectura del librito de Postel, su visión del Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa en particular y de la obra de Van Eyck en general, habrá cambiado para siempre.
Rafael Martín