La ficción científica de la que se sirve Anna Starobinets en La glándula de Ícaro no es la de naves espaciales o futuros remotos. Sí atiende al desarrollo de ciertas tecnologías y a sus implicaciones en el devenir de la humanidad, pero es más bien una ficción prospectiva centrada, en cada texto, en alguna aplicación científica o técnica concreta mientras el resto de la vida cotidiana guarda una reconocible, y perturbadora, similitud con nuestro presente.
Emparentados en cierta medida con textos como Klara y el sol de Ishiguro y Kentukis de Schweblin, o series como The Twilight Zone y The Black Mirror, los relatos de anticipación de Starobinets van inequívocamente dirigidos contra el corazón del monstruo, contra el poder alienante de un Sistema, estatal o privado, dispuesto a cualquier tipo de manipulación del individuo para perpetuarse.
La que se ilustra en el relato que da título al volumen tiene que ver con el control de las emociones, y se lleva a cabo mediante la extirpación de esa glándula con nombre de personaje mítico, aquel que fue víctima de su atrevimiento, de sus ganas de volar libremente. Con ese proceso castrador se persigue evitar la segregación de la hormona responsable de la inestabilidad matrimonial y de, por ejemplo, dificultar la resolución pacífica de los conflictos internacionales. Starobinets nos muestra en esta historia una familia reticente a ceder a la presión social en favor de la intervención por temor a sus secuelas, a pesar de que todos a su alrededor insisten, paradójicamente, en sus efectos liberadores.
En ‘El parásito’, sin embargo, se ha conseguido activar en un niño el gen responsable de la metamorfosis humana, inhibido en el resto de la población por la acción de un virus. La aparición de alas al final del proceso provoca la intervención de la Iglesia, que pretende capitalizar la apariencia angelical del ser resultante en una ceremonia estrambótica.
La autora rusa tampoco se olvida de alertarnos sobre los devastadores efectos de una economía de mercado sin control. Así, las profundas desigualdades sociales están presentes incluso en la sociedad transhumana de ‘Delicados pastos’, en la que, aun habiéndose alcanzado la superación de la muerte, se mantienen intactas las diferencias de clase. En este relato, como en su novela El Vivo, es posible digitalizar la conciencia de un individuo e implantarla en un cuerpo más joven. El proceso, sin embargo, también está sujeto a las leyes del mercado: mientras que algunos potentados pueden comprar más de un cuerpo, la pareja protagonista tiene que hacer frente a las preocupantes consecuencias de una oferta cada vez más escasa.
No puede faltar tampoco un angustioso ejemplo de adicción sumisa a los terminales digitales y del poder omnímodo de las compañías que los comercializan. En el relato que cierra el libro, las consolas Spoki, como las mascotas kentukis, escapan al control de sus propietarios. Son personalizadas y es el sistema el que elige la más conveniente para cada niño, con el que acaba creando un vínculo inquietante.
Hay aquí, además, viajes en el tiempo que pueden terminar en mitad de un páramo infinito, ciudades despiadadas que atraen a los forasteros para después abandonarlos en la indigencia, incluso extraterrestres con apariencia humana experimentando con terrícolas.
En definitiva, estamos ante una colección redonda de historias siniestras, o al revés si lo prefieren, un clásico de la ciencia ficción y el terror que la editorial Impedimenta reedita ahora con prólogo de Laura Fernández.
Rafael Martín