La conjura contra Porky: su lectura es algo gozoso y tonificante

En La conjura contra Porky -en librerías desde el 25 de mayo-, Fernando Vallejo, una de las voces más feroces e iconoclastas de la literatura en español, desafía al poder político y a quienes lo detentan con una sátira contra la corrupción en un viaje delirante desde su propia muerte, en el que clama con lengua afilada contra todos los males que golpean la sociedad.

Como buen observador y escritor, Vallejo siente la urgencia de contar lo importante. Es lo que viene haciendo desde que debutó en el panorama literario. En este libro su propuesta llega a lo más radical. Vallejo es un poeta que se alimenta del desprecio de los políticos, de la falta de interés de sus paisanos para rebelarse contra la corrupción normalizada, ataca con su sarcasmo habitual las creencias ajenas en su afán por derribar las instituciones colombianas. Es un escritor hereje que se ampara en la autoficción y construye su obra desde el yo, sin temor a autoflagelarse si hace falta.

«Su ira explosiva es tan brillante, tan sonora, real, sincera, divertida a veces, cruel casi siempre, que su lectura es algo gozoso y tonificante».
Pedro Almodóvar

Entre ironías, burlas, improperios, maldiciones, blasfemias, este librito sin pretensiones hará reír a muchos e iluminará a montones. Trata modestamente de apresar el cambio frenético que se ha apoderado del mundo. Su autor vive en la Luna y desde allá dispara. Es un francotirador lunático que abre fuego contra el que sea: presidentes, papas, reguetoneros, raperos, médicos… Y con especial delectación contra las reverendas madres, perpetuadoras de la especie, su blanco predilecto. Apunta desde arriba el selenita contra sus soldaditos de plomo, dispara y van cayendo allá abajo unos tras otras. ¡Qué puntería! ¡Qué masacre!

En esta novela que, como es marca de la casa, roza lo ensayístico, la sociedad se encuentra en un estado de descomposición que solo puede arreglarse poniendo punto final a la Humanidad. Cada escena, como el levantamiento del cadáver, la actitud de los religiosos, de la policía y los fiscales o la manera en que la prensa cuenta el suceso de su muerte, sirve para señalar las fracturas morales y sociales, sin ánimo de aportar una solución y mucho menos con aire moralizante. La narración se transforma en reflexión con un toque de humor y de sarcasmo que hace más digerible el desastre. Es lo más parecido a una invitación a dar un paseo con el mismo Vallejo como guía turístico del apocalipsis.