En su último libro Jon Bilbao vuelve a usar la estructura y los personajes de su espléndido Basilisco. Así, Araña también se desarrolla a lo largo de dos líneas argumentales: un presente protagonizado por Jon, escritor de westerns de éxito, y un territorio mítico donde John Dunbar, conocido como Basilisco, vive sus aventuras. Entre estos dos universos paralelos vuelven a existir conexiones, a veces sutiles hilos, pero también verdaderos agujeros de gusano que pueden transferir elementos de uno a otro.
También son dos los niveles de lectura que proponen los textos: el estrictamente narrativo, que se atiene a los episodios protagonizados por ambos personajes, y el que usa los puentes entre los mundos que habitan como representación del acto creativo. En ese contexto cabría interpretar la alucinada escena de Basilisco en la que Dunbar se encuentra flotando dentro de un Jon que a su vez está dentro de, suponemos, el propio Bilbao. En el interior de todos ellos una gigantesca araña deposita sus tenebrosos huevos, así como las frustraciones y los miedos del autor se filtran en su obra y en sus personajes.
Ese agente infeccioso y simbólico tomaba, en el oeste salvaje de la primera novela, forma humana como La Araña, el terrible forajido líder de una sanguinaria banda. Ahora es interpretado, en una conversación entre Jon y su padre, como un malestar indefinido que el escritor conseguía controlar haciendo que sus personajes lucharan con él. Pero al igual que Dunbar necesita ser el temible Basilisco para sobrevivir en su mundo, Jon necesita de La Araña para desarrollar su escritura.
Hasta aquí lo referente al aspecto metaliterario de ambas novelas, porque lo que las hace inestimables es el gusto de su autor por el relato de aventuras y las historias inquietantes. Si en Basilisco Dunbar acompañaba a una expedición paleontológica que pretendía corroborar la Palabra de Dios sobre el diluvio bíblico, en Araña es el encargado de guiar a una no menos iluminada tropa en busca de un Paraíso exclusivo para hombres. Su líder Grouard, siguiendo los designios de la Luz que se le aparece en sueños, los conducirá a un caótico bosque arrasado por tornados, mientras su hermana, único miembro femenino del grupo, entabla una relación de amistad con el héroe solitario antes de despedirse a las puertas del Paraíso.
En la otra línea temporal encontramos sucesivamente al Jon niño, al adolescente y al adulto separado de Katharina, personaje ya conocido por los lectores de Bilbao, y que protagonizaba junto a Jon su anterior novela Los extraños. Se desarrollaba esta en la casa familiar del autor en Ribadesella también presente aquí, un poderoso centro de fuerzas a lo largo de toda su obra, tan recurrente como la presencia de profundas grutas, ya sea una antigua mina repleta de fósiles, un refugio con pinturas rupestres o, ahora, un cementerio indio subterráneo.
En esos otros textos, más independientes y cerrados, descubrimos a Jon junto a sus hijos y su nueva compañera en busca de documentación para nuevos relatos, protagonizando todos una angustiosa aventura en una inhóspita California. O compartimos el fastidio de Katharina mientras pasa unos días en Disneyland París con los hijos de su nueva pareja. Mientras, la casa de Ribadesella sufre un acoso por parte de los elementos equivalente al que soportan los seguidores de Grouard durante su marcha, pero que, en este caso, propicia la cercanía entre Jon y su padre.
Se trata pues de unos textos que podrían haber funcionado de manera independiente como novela de género y como libro de relatos, pero que así engarzados alumbran un significado emergente, una envoltura transparente que deja ver los engranajes del proceso creativo.
Rafael Martín