En su última novela David Foenkinos nos habla de esos golpes que, echando por tierra una gran ilusión, inoculan en quienes los sufren la idea de fracaso. Un sentimiento que, en el peor de los casos, puede impedir la cicatrización de las heridas. Para ilustrar las consecuencias de esas derrotas sobrevenidas el autor francés escoge una situación extrema, una en la que todo a nuestro alrededor nos recuerda que hemos fallado justo cuando estábamos a punto de lograr el éxito. Por eso nos propone: “Imaginemos por un segundo que lo que nos hace sufrir tiene la envergadura mediática de Harry Potter. En ese caso, superar lo que nos hace daño se complica un poquito”.
El protagonista de Número dos, Martin Hill, es el chico que, cuando solo quedaban dos candidatos para el papel del joven mago, fue finalmente descartado en favor de Daniel Radcliffe. La tortura que supuso su vida a partir de ese momento, y el aislamiento al que se ve abocado, son el núcleo de la novela. Y es que pretender evitar todo contacto con un fenómeno que se replicaba en sucesivas entregas, en papel y en celuloide, implicaba cerrar los ojos al mundo, vivir en una soledad extrema. Una decisión que, además, le ahorraba el espectáculo de la felicidad, real o ficticia, de los demás.
Foenkinos procede de manera ordenada, poniéndonos al tanto de la situación familiar de Martin cuando, con diez años, tuvo lugar el casting. Su padre, un británico convencido del inevitable éxito de sus estrafalarios inventos, trabaja de utilero en estudios cinematográficos. Su madre, francesa con una carrera ascendente como periodista, ha optado por la separación y por volver a su país, dejando a Martin al cuidado de su padre en Londres. Por eso, y por una cadena de circunstancias azarosas adicionales, el chico ha acompañado a su padre al rodaje de Notting Hill en el que este trabaja. Ahí será donde el productor que busca protagonista para la adaptación del primer libro de la saga, proponga a Martin que se presente a las pruebas.
El autor francés es capaz de mantenernos en vilo aunque ya sepamos el resultado, de igual forma que, más adelante, y con un simple “nada dejaba presagiar lo que estaba a punto de suceder”, nos impele a descubrir cómo se va complicando la vida del protagonista. Ese es uno de los méritos del texto, como lo es un estilo al que las notas complementarias y las frases redondas marca de la casa, hacen reconocible. Unas sentencias que parecen querer confirmar algunas de nuestras intuiciones, ya sea sobre nuestros impulsos: “Uno siempre prefiere dirigirse allá donde alguien nos desea”, o sobre el poder excluyente del azar: “nuestro camino único no brinda el menor acceso a los senderos que no tomamos”.
Como no podía ser de otra forma, por el material con el que se construye el texto, las referencias literarias y cinematográficas abundan, desde el Kubrick de Eyes Wide Shut, que se rodaba por aquellas fechas en Londres, a los Besos robados de Truffaut, pasando por las comedias británicas de los noventa; y de El Palacio de la Luna de Auster a la Ampliación del campo de batalla de Houellebecq, pasando por el Modiano de la Calle de las Tiendas Oscuras. Pero tampoco podían faltar las autorreferencias, las que remiten a otros personajes y otras situaciones en la obra de Foenkinos, Así, el empleo de vigilante de museo mediante el que Martin entra en contacto con otros segundones, otros hermanos de infortunio, nos recuerda al del protagonista de Hacia la belleza, mientras que la psiquiatra que lo atiende lleva el mismo peculiar apellido que la que aparece tanto en esa novela como en Dos hermanas.
Aunque Martin es un personaje de ficción, el autor de La delicadeza se ciñe a la realidad cuando narra las dificultades de J. K. Rowling para publicar su novela, o la de los responsables del film para concretar su proyecto. Eso, unido a ciertos cameos de otros protagonistas de este y algunos personajes de aquella, será, claro, un aliciente para los fans de Harry Potter, pero no debería plantear dudas en los seguidores del escritor francés, aquellos que ya saben que pueden encontrar aquí la validación de una vieja hipótesis: “¿Y si el amor fuera la solución?”.
Rafael Martín