El instinto sexual, algo que nos emparenta con el resto de animales, es una realidad con la que tenemos que convivir prácticamente todos los seres humanos. Aunque la pulsión sexual no ha cambiado a través de los siglos, las sociedades sí lo hacen, por lo que estas prácticas, que casi siempre han de ser relegadas a la intimidad, por lo que su valoración por parte del poder ha sido variable. La religión ha constituido, entre otros, un gran factor represivo que ha logrado que muchos se hayan sentido culpables al practicar un acto tan banal. Lo que debería ser una cuestión natural ha sido transformado en un intenso campo de batalla por parte de numerosas culturas.
Kate Lister ha escrito un libro acerca de nuestra relación con el sexo a través de la historia extremadamente riguroso a la vez que divertido. Se trata de la exposición de un gabinete de curiosidades que resume nuestra relación de amor y odio con uno de nuestros instintos más básicos. Y un factor básico en este conflicto inmemorial es el uso del lenguaje. Si las palabras relacionadas con el sexo son consideradas malsonantes e inapropiadas, el sexo mismo pasa a ser un asunto sucio, un mal necesario para la reproducción de la especie, pero que debe ser reprimido más allá de la institución matrimonial. Incluso la masturbación ha sido calificada como algo intrínsecamente perverso durante buena parte de nuestra historia, considerándose, desde un punto de vista científico, que la pérdida antinatural de semen debilitaba al varón y era la puerta a todo tipo de enfermedades.
Pero ha sido la mujer la que más ha tenido las de perder en todo este asunto, no solo por la posibilidad de quedar embarazada, con la consiguiente represión social cuando esto ocurría fuera del matrimonio, sino porque durante siglos las leyes han sido dictadas por hombres. Hasta tal punto el género femenino ha sido dejado al margen de toda discusión o decisión que en el capítulo dedicado al clítoris nos enteramos de que en el siglo XVI dos médicos se disputaron el descubrimiento de esta parte de la anatomía femenina, como si las mujeres hubieran sido hasta ese momento incapaces de advertir la existencia de esa parte de su propio cuerpo…
Las páginas de Una curiosa historia del sexo, profusamente ilustradas, se leen con un placer y un interés creciente. En sus capítulos caben un gran número de cuestiones: los órganos sexuales, el sexo homosexual y no binario, los anticonceptivos, los métodos de represión, los afrodisiacos, los juguetes sexuales o la prostitución. Precisamente la autora considera que este tema sigue siendo uno de los más desconocidos en la sociedad actual, una actividad repleta de estigmas que la mayoría de Estados no se atreven a regular y tampoco a prohibir del todo. Si se pudiera realizar un trabajo riguroso y libre de prejuicios en torno a este tema, es posible que muchos se sorprendieran de sus resultados:
“Las suposiciones en torno al trabajo sexual son completamente heteronormativas: las mujeres venden sexo, los hombres lo compran y no se hable más. Pero esto no es así. Ni de lejos. El trabajo sexual abarca un vasto espectro en términos de género, sexualidad, servicios, proveedores y clientes. El trabajo sexual es un tema de difícil estudio. La criminalización y el estigma hacen que muchos trabajadores del sexo no estén dispuestos a hablar con los investigadores. Como resultado, la recopilación de datos fiables sobre la demografía del trabajo sexual es complicada y las estimaciones pueden variar considerablemente.” (pag. 365).
El ensayo de Kate Lister es un libro muy recomendable por diversos factores, pero el principal de ellos es el enorme disfrute que constituye su lectura, además del conocimiento que se adquiere de nuestra propia naturaleza. Una curiosa historia del sexo es valioso también porque rompe, con sumo rigor, una lanza en favor de desterrar ese viejo estigma que nos ha acompañado y sigue con nosotros hoy día.