A orillas del mar de Abdulrazak Gurnah
Colonialismo e inmigración son dos caras complementarias de una misma relación desigual: la prepotencia explotadora y la imposición de un modelo social extraño se convierten, alguna generación más tarde, en rechazo al refugiado que aspira a integrarse en ese orden social. Ambas realidades están presentes, de una u otra forma, a lo largo de toda la obra del último Premio Nobel, el tanzano afincado en Reino Unido Abdulrazak Gurnah.
A orillas del mar, publicada en castellano hace casi veinte años y editada ahora, con nueva traducción, por Salamandra, comienza con la petición de asilo de su protagonista Saleh Omar, ya sexagenario, en la metrópoli del imperio que administró su región. Pero Gurnah no se limita a mostrarnos el desvalimiento del personaje y su angustia ante el ambiente sórdido de la casa de acogida a la que es trasladado, sino que expone su escepticismo ante un derecho de asilo que se maneja según intereses geoestratégicos, y su conocimiento de los mecanismos del sistema colonial: desde una posición de poder militar y técnico se induce un sentimiento de inferioridad que conduce a asumir un relato impuesto.
A partir de aquí, sus temas recurrentes quedarán como tenue trasfondo de la historia que se nos va a relatar. Primero por parte de Saleh, que desgrana la suya y la de su familia, presentando algunos episodios como si de cuentos orientales se tratara. Así se introduce la Historia del mercader de Bahréin, crucial en su vida y en la de quién tomará la palabra más adelante en el texto: Latif, un miembro de la familia que mantuvo un enconado litigio con Saleh a causa de una propiedad inmobiliaria. A esa Historia se añadirán posteriormente las de Nassor, el capitán de barco y primer marido de la madrastra de Saleh, o la de la familia de esta última.
El punto de vista de Latif sobre los acontecimientos expuestos previamente, debilita la empatía del lector con el primer narrador que ahora aparece bajo sospecha, pero que será el que, en la última parte del libro, volverá a tomar la palabra para dar cuenta de sus desgracias. Latif también nos contará sus aventuras, su estancia becado en la RDA de los años sesenta, mientras su padre se convierte en imán y su madre en amante de un ministro del nuevo y corrupto régimen surgido tras la independencia. Y la Historia de Elleke, con quien había mantenido una correspondencia desde la distancia y que ahora puede visitar en Dresde,
Esa revisión del pasado desde el presente va aportando nuevas y sorprendentes informaciones a un lector que acaba por comprender la magnitud de la tragedia personal de los narradores. La adecuada dosificación de aquellas y de las historias con sabor a Las mil y una noches que Gurnah intercala, acaban por dotar a la novela de una estructura impecable y de un atractivo indiscutible.
Así, entre disputas familiares y herencias codiciadas, el autor africano va construyendo la imagen singular de un Saleh que se reconoce en Bartleby, el personaje de Melville, del que no llegamos a saber los motivos que le han llevado a su actitud resignada e introvertida. De igual forma, él preferiría vivir su nueva vida en silencio, intentando no reavivar con el recuerdo esas heridas que le hacen ver, con desencantada serenidad, “hasta qué punto eran vanas la amistad y la ambición”.
Rafael Martín