La guerra de Kosovo que estalló a finales del siglo XX fue uno de los capítulos más notables en la eterna historia de conflictos que supuso la disolución de lo que fue Yugoslavia. Esta novela nos adentra en una atrapante y compleja historia de amor y espionaje en dos tiempos principales (aquel y este), que consigue a la vez transmitirnos toda la intensidad emocional de la relación entre sus protagonistas, las intrigas políticas y el precio de vivir en una zona que nunca ha estado libre de violencia en época contemporánea.
Sus protagonistas son Taibe Shala, una mujer albanokosovar que ha vivido un hecho traumático durante la guerra, y Manu Pancorbo “Panco”, un periodista que acude a Pristina a cubrir el conflicto. La narración nos presenta la misteriosa desaparición de Taibe en época actual y cómo su hija Vjosa pide ayuda a Panco, que viaja a Kosovo para iniciar una investigación con su compañera, la reportera gráfica Olga Balcells. En el plano del pasado, alternándose con esta investigación, leemos cómo se conocen Taibe y Panco, y cómo sus vidas se entrelazan en medio de una Pristina oficialmente protegida por la ONU, llena de personas de muchos países, muchos de ellos espías, y en la que elementos locales de dudosa moral luchan por hacerse con el poder en la naciente república independiente. Mientras su historia de amor se desarrolla, Taibe se verá arrastrada en esta espiral de secretos y mentiras que, entretejida hábilmente por el autor, dará la explicación última de su misteriosa desaparición.
Me ha gustado mucho esta novela, en especial las figuras del corresponsal de guerra y el espía alemán, y sobre todo la evolución de Taibe Shala, que recorre un largo camino desde que empieza su historia como una joven dañada y asustada. También me ha gustado mucho lo logrado que está el ambiente, su realismo, el modo en que al leer me he sentido transportada a Pristina y los convulsos años de la guerra. Me parece una novela muy bien documentada, sin sobrecargar de datos, pero dando la medida exacta de los lugares y las épocas. Se nota un conocimiento sobre el terreno por parte del autor, como se percibe en muchos lugares el vínculo emocional con ese lugar herido que fue Kosovo.
Aunque elegí este libro porque quería leer una historia situada en el conflicto de los Balcanes, puede ser disfrutada por todos quienes gusten de esos relatos que enlazan pasado y presente. “Quizá nunca deberíamos alejarnos de quienes no deberíamos olvidar” (p. 21). Panco vuelve a Kosovo con una historia sin cerrar, y eso es algo con lo que muchos lectores podemos identificarnos.
El otro gran puntal de esta novela, como ya mencioné, es la evolución de Taibe, que, en su plano profesional, como periodista y activista…, pivota en torno al momento en que oye las palabras “nunca vas a volver a tener una vida como la de antes” (p. 34). Se convierte entonces en una persona a la que “le daban pavor las posibles consecuencias de sucumbir a las emociones y desvelar lo prohibido” (p. 139). Taibe se vale de su inteligencia y del conocimiento de su propia cultura para convertirse en la mejor: “era tal del menosprecio de las mujeres en los Balcanes que ninguno de esos tipos creerían jamás que esa jovencita estaba jugando con ellos” (p. 210). El referente y apoyo de Taibe la espía será el alemán Andrea Gast, un personaje que merecería su propia novela; veterano al comienzo de la obra, retirado al final, define la profesión con estas palabras: “Los espías somos esos seres invisibles que mantienen el equilibrio en este extraño mundo, que ni siquiera sin guerras vive en paz” (p. 143). “Un agente retirado es una biblioteca de incunables sin bibliotecario” (p. 390). Es un amor difícil e inesperado el de Panco y Taibe, contra todo buen consejo, como el que otro español en la zona da a Panco: “Son supervivientes, solo buscan una salida” (p. 322).
La espía de cristal es también un homenaje al reportero de guerra, que afronta todos los peligros, físicos o emocionales, para contar la historia. Panco y Olga son reporteros de raza. “El coto de caza del periodista es la calle” (p. 82). La novela está llena de momentos y reflexiones que son como claves de esos periodistas, de por qué eligen serlo y del precio que han de pagar: “Todo reportero de guerra lleva a cuestas una mochila emocional colmada de preguntas existenciales que le servían de acicate para tratar al menos de responderse alguna en cada conflicto al que acudía” (p. 157). Olga, la fotógrafa que también acumula tristezas y ansias de vivir, nos ofrece su propia definición del oficio: “Nosotros somos mercenarios honestos” (p. 168). Así se sentencia: “El periodista sabe que ir a una guerra es sentir que uno está ligado a la humanidad” (p. 246). Es más que una profesión: “Manu Pancorbo no trabajaba como reportero, era reportero” (p. 237). Es esta misión la que le hace desarrollar una especial sensibilidad, que pondrá en juego tantas veces a lo largo de la novela, y que lo retrata a la vez como reportero arquetípico y ser humano sufriente: “Usted que ha sido reportero de guerra debería saber que los que la hemos sufrido detectamos la infelicidad” (p. 462).
Taibe y Panco se enfrentarán a todo tipo de obstáculos en esta gran novela que he disfrutado y me ha ayudado a comprender mejor la compleja situación de esa zona de Europa bajo perpetua presión. De modo magistral mezcla la intriga internacional, la historia de amor, el espionaje, la historia contemporánea y las aventuras de los reporteros de guerra, sin descuidar la construcción de los personajes y una trama que nos mantiene expectantes hasta el final, porque “es más fácil engañar a las personas que hacerlas cambiar de opinión” (p. 336).