Jon Kalman Stefánsson es más conocido por “Entre el cielo y la tierra”; la primera novela de las que componen la “Trilogía del muchacho”, —todas traducidas a más de quince idiomas— y con las que consagró su carrera como escritor. Anteriormente, este estudiante de literatura que abandonó la universidad, se había ganado la vida como pescador en las frías aguas occidentales de Islandia, como el protagonista de dicha trilogía. Después deimpartir clases y ser articulista, acabó ocupándose de la biblioteca municipal Mosfellsbær. Hasta que por fin consiguió vivir de la escritura. Es un autor que se reconoce por sus historias intimistas que analizan la esencia del ser humano. Un narrador de sentimientos más que de acciones, o al menos las sensaciones que provocan y transmiten esas acciones al alma.
“Luz de verano, después la noche” no es una excepción a su estilo. Con un halo de melancolía, esta novela ganadora del Premio Nacional de Literatura de Islandia, es un claro ejemplo de la obra de este autor. Paisajes rurales, a veces salvajes, nos muestra a las gentes que los habitan. Un narrador omnisciente, que a la vez es un vecino más de esta pequeña población islandesa que ronda los cuatrocientos habitantes, nos cuenta los pequeños episodios que alteran la cotidianidad de este lugar donde apenas pasa nada, y donde la más ínfima alteración de la rutina se convierte en un gran acontecimiento.
A través de la pluma del autor y los ojos de tan peculiar narrador, conocemos a la cotilla encargada de la oficina de correos; al director de la fábrica de tejidos que ha comenzado a soñar en latín y se dedica a coleccionar libros antiguos y dar conferencias; a su hijo, que trabaja en la cooperativa, pero teme a la oscuridad de esta, pues parece que la habitan los espíritus de unos amantes decimonónicos; Elísabet, que monta un restaurante levantando las suspicacias de sus vecinas, no dejándonos claro si es porque sienten que el alcalde la ha favorecido, o es envidia encubierta por su agraciado físico. Jon Kalman nos va guiando a través de estos y otros relatos que se entrecruzan, haciendo que sus personajes nos lleguen a parecer seres entrañables, cuyos hechos los hacen más humanos. Todo ello narrado con una prosa preciosista que roza lo poético. Textos cargados de melancolía y sutiles toques de humor, en los que podemos llegar a reconocernos, porque da igual donde acontezcan, lo íntimo e intrínseco del ser humano no conoce de fronteras ni idiomas. Todo se reduce a nuestra personalidad y la forma de interactuar con los que nos rodean.
Esta novela se asemeja a esos cuadros de Pieter Brueghel el Viejo, donde esas escenas cargadas de personajes en paisajes nevados y rurales esconden algo más. Si observamos a cada uno de ellos descubrimos que cada cual actúa en su universo personal, desarrollando una labor o departiendo con sus paisanos, enredados en su propia cotidianidad, pero que a su vez participa en algo colectivo que afecta a los que los rodean. Todo ello, visto desde fuera, parece una escena idílica, pero que si nos fijamos en detalle, descubrimos en cada cual la carga de su propia monotonía.
Con más de trescientos mil ejemplares vendidos ya ha sido anunciada su adaptación cinematográfica. Salamandra presenta esta deliciosa y humilde novela en rústica, que sus doscientas treinta y cinco páginas la hacen perfecta para disfrutar de ella en cualquier lugar en estas largas y calurosas tardes estivales. Donde su amable relato nos invita a relajarnos y disfrutar de este encantador pueblo y de sus no menos encantadores habitantes, a los cuales, incluso en un lugar tan remoto, los alcanzan sus miserias personales.