Publicada en ocasiones junto a Valentino, otra novela corta del mismo año 1957, Sagitario merece, pese a su brevedad, una edición independiente. Así lo ha entendido Editorial Acantilado que, además, cuenta con Andrés Barba como habitual traductor de la autora italiana. Es a través de él que nos llega la prosa elegante, cercana y de una sencillez acogedora de Natalia Ginzburg, una de las autoras fundamentales de la literatura italiana contemporánea.
A esas cualidades se añade cierto aire ingenuo, el que parece convenir mejor a algunos de sus personajes, complementado en esta ocasión con una suerte de urgencia por contar la historia, por comunicársela al lector con todos sus detalles, aunque administrando la información, manteniéndolo expectante. Todo eso, unido al uso de una primera persona con veleidades omniscientes, no hace sino resaltar el tono de relato oral del texto.
Su protagonista es la madre de la narradora, viuda que ha decidido mudarse del pueblo a la ciudad donde sus hermanas tienen una tienda y su hija, estudiante de Letras, vive con una amiga. Su incontinencia verbal corre paralela a su hiperactividad y a sus ganas de resarcirse del tiempo perdido. Un tiempo en el que tuvo como objetivo buscar marido para su otra hija, de salud delicada y carácter retraído. La empresa finalmente no culminó con el buen partido que hubiera deseado, sino con un maduro médico polaco sin muchos recursos y casi sin familia: solo sobrevivió a la guerra su impertinente hermano menor.
La narración se va llenando de personajes secundarios, tan magistralmente construidos como los principales, entre los que se eleva Scilla hasta colocarse al nivel de la madre. Tan dicharachera como esta, acaba por comprometerse a buscar financiación adicional, a través de una aristocrática amiga, para el proyecto de galería de arte en que la madre está dispuesta a invertir todos sus ahorros.
Las modestas inquietudes intelectuales y las aspiraciones de emancipación de aquella, encuentran el apoyo necesario en una Scilla que, a pesar del novio celoso y controlador de su hija, dice ver en esta y en la narradora el futuro de una mujer en pie de igualdad con el hombre. Ginzburg da aquí todo el protagonismo a unas mujeres llenas tanto de energía como de candidez, en un relato en el que los personajes masculinos son irrelevantes, de poco carácter o incluso mezquinos. Y aprovecha para advertir de los peligros a los que pueden enfrentarse y que el lector empieza a intuir.
Sagitario es, en definitiva, una novela redonda, magistral, a la que se puede dar continuidad con la que sería la siguiente obra de la autora italiana: Las palabras de la noche, y que el lector interesado puede encontrar editada por Pre-Textos en traducción de Andrés Trapiello. En ella Ginzburg insiste en esa primera persona de la hija narradora para, en esta ocasión en un entorno rural, dar cuenta pormenorizada de las vidas de otra inolvidable galería de personajes.
Rafael Martín