No quiero repetirme cada vez que reseño una novela de la colección “Minotauro, bibliotecas de autor”, pero es que no me queda más remedio que agradecer a esta editorial el hacernos llegar estas novelas de los grandes de la ciencia ficción. Gracias a ella estoy descubriendo títulos que no conocía, ya que a parte de los clásicos más conocidos, aporta lo que muchos denominan, erróneamente, obras menores, en este caso de icónico Philip K. Dick.
“La pistola de rayos”, muchos la clasifican, como ya digo más arriba, como obra menor. Adjetivo que me parece un poco despectivo, ya que me parece una gran novela, donde Dick incluye muchos elementos de su obra en general, como puede ser los seres cog, el uso de drogas para acrecentar esos poderes psíquicos, así como presencia alienígena. Todo ello en un futuro distópico como escenario, y sobretodo un muy fino sentido del humor. Esto último algo muy destacable, ya que por sus circunstancias personales, el humor fue un elemento del que fue prescindiendo a medida que su obra se acercaba al final. Pecando, quizás, de tomarse demasiado en serio sus últimos trabajos. Pero en esta novela, publicada por primera vez en 1967, aún conservaba su frescura y optimismo, y esto se refleja en su trabajo. A pesar que, como en toda buena obra de ciencia ficción, se trate de una metáfora de la realidad, y la realidad de esos años fue la Guerra Fría. Donde la retrata fielmente en la novela, tan absurda que resultaba ridícula.
Y es que aquí nos narra como Lars Powerdry es un cog que en estado de trance consigue crear armas tan mortíferas como absurdas. La mayoría no cumplen ni con su función, bueno, sí con la principal, la de intimidar al bloque Pío-Oriental, la antagonista del bando de nuestro protagonista, la parte Occidental, vamos, como la vida misma. Obviamente el otro bando también cuenta con la colaboración de un homólogo de Lars, en su caso homóloga, y que también diseña esas armas a través de sus trances. Claro, así se equilibra la situación, y cada parte se queda quietecita en su mitad del mundo sin molestar a la otra, no vaya a ser que a alguno de ellos le dé por pulsar un botón y ya la liemos todos. Así es como el resto de los mortales, los llamados boquiabiertas, vive en paz en su ignorancia al creer que su bando es el que mantiene a raya al otro. Pero este equilibrio se romperá cuando un tercer jugador entra en el tablero, una especie alienígena que trata de secuestrar a la humanidad para vete tú a saber qué. Es entonces cuando los dos bloques antagonistas deberán unirse, donde los dos cogs deberán, esta vez sí, tratar de crear un arma que funcione y aleje a esos aliens para que dejen a los terrícolas matarse entre ellos como han hecho toda la vida.
Esta vez la metáfora no es nada sutil, y es que Philip aquí manifestaba abiertamente lo absurdo de la situación bélica entre oriente y occidente, y en la trama muestra sin contemplaciones a los agentes de las sociedades para nada secretas, eso sí, ha cambiado alguna consonante del anagrama de esos servicios de inteligencia para tampoco hacerlo tan obvio. Pero a pesar de no haber mucha acción en la novela, está repleta de brillantes diálogos que hacen avanzar la trama. A través de unos personajes dotados de una lengua mordaz, y a través de una fina ironía hace que disfrutemos con esta historia, y de las situaciones que plantea, muchas más cotidianas de lo que nos tiene acostumbrado este autor. Así asistimos a diálogos trascendentales de los personajes mientras disfrutan de un almuerzo o conversaciones de pareja donde queda patente ese optimismo del que hablo más arriba.
Después de leer muchas novelas de la pluma de K. Dick, cada vez tengo más claro que para nada tiene obras menores, solo libros más desconocidos, y que con “La pistola de rayos” en particular es una buena novela en la que manifiesta ese sentimiento antibelicista, donde nos hace recapacitar de lo ridículo que es vivir en un mundo donde se mantiene una frágil paz amenazada por la autodestrucción, y todo ello de la forma más inteligente que se puede expresar algo así, a través del humor y la ironía.