Esta no es una historia de la filosofía convencional, sino subjetiva. No es un libro destinado al ámbito académico, sino un conjunto de escritos muy personales que, con la excusa de comentar una selección de cuadros, introducen al lector de forma sutil en debates filosóficos que duran siglos. Pero Onfray jamás olvida comentar la imagen que sirve para hablar del pensador seleccionado. Y estas suelen ser las mejores partes de cada capítulo, pues el autor de Contrahistoria de la filosofía realiza una interpretación profunda de los cuadros y a veces llega a conclusiones sorprendentes basadas en el simbolismo de los mismos.
Hay que decir que Onfray ha seguido una serie de reglas a la hora de seleccionar estos ejemplos de un arte pictórico que “habla en silencio y hace falta el ojo de alguien para poder oírla correctamente”. Porque muchos cuadros pueden dar una idea equivocada de su temática o de su mensaje si solo le echamos un vistazo superficial. Hace falta un verdadero filósofo entrenado en la búsqueda de la verdad para desvelar las auténticas intenciones del artista. Además, detrás de una buena obra de arte en muchas ocasiones existen intereses que benefician a quien la ha pagado:
“Las pinturas cuestan dinero, hay que pagarlas, y solo los que tienen medios pueden hacerlo: una verdad de Perogrullo. No nos sorprenderá pues que los pensadores retratados sean compatibles con la ideología del que paga: en el pasado los papas, los obispos, los cardenales, pero también los reyes, los emperadores, los príncipes los aristócratas; más tarde los burgueses adinerados, los mercaderes holandeses del capitalismo moderno así como los millonarios del capitalismo mundializado deseosos de marcadores sociales visibles y de apoyos para inversiones y especulaciones.” (pag. 237).
Como no podía ser de otra manera a lo largo de la lectura se van conociendo las simpatías y las fobias de Onfray respecto a los filósofos y sus ideas. Posiblemente el mejor tratado es Montaigne, quizá el primer filósofo moderno que habla profunda y claramente de sí mismo para describir la experiencia humana, un método introspectivo en el que prima la libertad de pensamiento. Junto a él encontramos otras pequeñas obras maestras de la síntesis que describen a la perfección al personaje retratado. Así sucede, por ejemplo, con los capítulos dedicados a Maquiavelo, a Rousseau o a Proudhon.
Como ha dicho el propio autor, El cocodrilo de Aristóteles también sirve a la lucha contra el peso menguante de las disciplinas humanísticas en los planes de estudio occidentales. Frente a la cultura de la falta de atención derivada de la proliferación de medios digitales, trabajos como éste nos acercan a la tradición de un pensamiento pausado y profundamente libre. Además, la lectura de la obra de Michel Onfray no solo proporciona placer filosófico sino también un innegable placer estético derivado de la preciosa edición que nos regala Paidós.