Nos sumamos a las celebraciones por el 170 aniversario del nacimiento de Santiago Ramón y Cajal con este nuevo tomo que aborda sus obras escogidas. https://fundcastro.org/product/santiago-ramon-y-cajal/
Poco sabios han alcanzado el lugar de referencia que logró nuestro premio Nobel en la historia de la ciencia y la medicina. No solo por su vital aportación para el conocimiento del sistema nervioso sino por esa curiosidad sin límites que le lleva a explorar en terrenos como el dibujo, la fotografía o la escritura.
De ahí su habilidad para trasladarnos al paisaje de su niñez y juventud en sus primeras memorias o su capacidad para reflexionar sobre los retos de los jóvenes científicos en los Tónicos de la voluntad. Una cabeza privilegiada que sigue interpelando al lector actual como nos revela El mundo visto a los ochenta años, donde Cajal aborda las limitaciones y consuelos de la vejez como panorama certero al que la mayoría estamos abocados.
Sin duda el prólogo de una eminencia científica como Antonio Campos, Académico de la Real Academia de Medicina y Catedrático de Histología por la Universidad de Granada, sirve de broche a este volumen excepcional.
Dentro del marco memorialístico se ubicarían Mi infancia y juventud (1901) y El mundo visto a los 80 años (1934), publicado el mismo año de su muerte, mientras que en Los tónicos de la voluntad (1899) encontraremos un apasionante ensayo basado en su discurso de ingreso en Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Todos ellos nos descubren la amenidad de Ramón y Cajal para adentrarnos en sus primeros años, sus sabias reflexiones sobre la vejez y algunos inteligentes consejos para los que comienzan la carrera científica.
El relato autobiográfico de Cajal en Mi infancia y juventud nos lleva del humilde pueblo de Navarra donde pasó su niñez a los años de formación en Zaragoza y su acceso a la cátedra universitaria en 1884. Sus padres, maestros y profesores, su afición por la naturaleza, la pintura y la gimnasia, su profundo sentido patriótico y otros avatares forman buena parte de este ameno recorrido vital, con las campañas carlistas en Cataluña o la guerra en Cuba como telón de fondo. Una narración que nos permite ver cómo el joven se va convirtiendo en hombre.
En Los tónicos de la voluntad Cajal pretende orientar al investigador principiante y, como buen positivista, advertirle sobre la necesidad de apoyar sus trabajos en la observación, la experimentación y el razonamiento inductivo y deductivo. Su formación autodidacta le lleva a comprometerse con las nuevas generaciones, a las que trata de animar en su servicio a la comunidad. Sus reflexiones abordan la necesidad de fortalecer la fe en uno mismo o revalorizan la filosofía como excelente ejercicio para el hombre de laboratorio. Un camino, el del investigador a comienzos del XX, solitario y casi épico, en el que cada logro suponía un reconocimiento social desconocido hasta entonces. Asimismo, delibera sobre el patriotismo propio del espíritu noventayochista, para concluir desarrollando unas estimulantes propuestas que remedien las deficiencias de la ciencia española y señalando las responsabilidades que debe asumir el Estado con la investigación científica.
En 1934, cinco meses antes de su muerte, don Santiago publica El mundo visto a los ochenta años. “La vejez ahora, apunta Antonio Campos en su ameno prólogo, es el futuro cierto de una gran mayoría de seres humanos”, de ahí la pertinencia de esta obra en nuestros días. Un ensayo en el que Cajal aborda tanto las tribulaciones físicas del anciano (el insomnio, la arteriosclerosis, las alteraciones de la memoria…) como los consuelos que le proporciona la escritura, el retorno a la naturaleza o la lectura de los clásicos. «La curiosidad y el ansia de renovación» apunta el sabio en cierto momento, retrasan las «metafóricas arrugas del cerebro». De esta manera, sigue manteniendo su fe insobornable en la ciencia positiva que fundamenta la biología de la vejez, y nos revela su regeneracionismo militante y una honda preocupación por la patria. Además, recomienda que el octogenario mantenga una dieta higiénica (“el cerebro y el estómago son dos competidores egoístas”) y esquive los debates políticos. Una invitación para que el lector contemporáneo descubra el camino de su propia vejez.