La ley de la inocencia, de Michael Connelly

Hablar de Michael Connelly, es hacerlo del máximo exponente de los escritores de novela policíaca. Es inevitable compararlo con la pluma del mismísimo Raymond Chadler. Y no es usar el nombre de este clásico gratuitamente, puesto que el propio Connelly reconoce que se dedica a este oficio precisamente por la admiración que procesa hacia él.

Este finalista del premio Pulitzer, que decidió aparcar su carrera de periodista para dedicarse exclusivamente al arte de escribir, ha resultado ser uno de los escritores del género negro más prolíficos. Famoso por las sagas de sus personajes, entre ellos el carismático detective de robos y homicidios Harry Bosch, —cuya vigésima séptima novela salió el pasado mes de noviembre en EE.UU.— quizás por haberse adaptado esta saga a la recomendable serie de televisión “Bosch”, pero no solo de él se nutre su bibliografía. Entre ellos se encuentra la detective de homicidios René Ballard, el periodista Jack McEvoy y el abogado Mickey Haller (cuyo libro “El inocente”, título original “The Lincoln lawyer”, fue llevado al cine en dos mil once). Todos ellos adoptando el protagonismo en sus propias sagas, pero personajes secundarios en el resto de ellas, ya que todos habitan el universo de Bosch, parteners con mucho peso en las tramas.

Se puede decir que la saga de Mickey Haller, más conocido como “El abogado del Lincoln”, es la más reconocida después de las novelas de Harry Bosch. Y es que “La ley de la inocencia” es la sexta aventura que protagoniza este abogado tan admirado como odiado. Pero esta vez su experiencia será necesaria para defender al cliente más importante de su carrera, él mismo. Y es que mientras circula en su icónico coche, la policía lo para y descubre que lleva el cadáver de uno de sus clientes en el maletero. Acusado de asesinato y sin poder asumir la excesiva fianza de cinco millones de dolares que le impone el juez, da con sus huesos en la prisión de Twin Towers, donde debido a su oficio, quizás se encuentre algún cliente insatisfecho. Mickey sabe que le han tendido una trampa, y en un tiempo récord, debido a su elección de un juicio rápido, debe contar con su equipo, al que se suma su hermanastro Harry Bosch, para demostrar su inocencia y desenmascarar al verdadero culpable.

Partiendo de esta premisa, Connelly crea un thriller judicial que nos atrapa desde la primera página. Sé que las comparaciones son odiosas, pero aquí crea una acción judicial digna del mejor John Grisham, haciéndonos llegar una interesante trama oculta que nuestro protagonista ha de ir destapando. Nos muestra los entresijos, la jerga y el modus operandi que se usa entre bastidores dentro de la maquinaria judicial (al menos en lo que a Estados Unidos se refiere), donde demuestra una gran labor de investigación por parte del autor a la hora de documentarse. La novela consta de cincuenta y tres capítulos que debido a su corta duración, provoca que la historia sea ágil y muy rápida de leer, haciendo que no la podamos soltar hasta su giro final. Personajes tridimensionales, que para el que conozca ya las tribulaciones tanto de este abogado, como del resto del elenco que aparece en otras novelas y sagas, será como reencontrarse con viejos amigos. Otro aspecto que me llama la atención es de cómo los escritores van adoptando el recurso de la pandemia que aún sufrimos, incluyéndola como un elemento más en sus novelas. Aquí el autor también utiliza el recurso, y nuestro protagonista, va viendo como un extraño virus va irrumpiendo en una ciudad asiática, y poco a poco, en pequeños trazos, nos hace llegar la verdadera magnitud que tomó este hecho, aquí usado de forma más anecdótica que como componente trascendental.

Una vez más AdN es quien se encarga de editar la obra de Connelly. Con una traducción impecable, como nos tiene acostumbrados. Como acostumbrados nos tiene este autor a sus lecturas ágiles y emocionantes. Lectura adictiva que no podrás soltar hasta que llegues a la última página, porque querremos sacar de este embrollo, lo antes posible, a este abogado al que cada vez le tenemos más cariño, tanto a él como a todos los que lo acompañan.