Esta novela breve de la canadiense Kelly Robson nos demuestra que es posible unir en una misma narración la fantasía, el rigor histórico y un ritmo hábil y efervescente que nos muestran un punto de vista insólito sobre la vida en el palacio de Versalles en el siglo XVIII. Me ha gustado esta mezcla de elementos, que funciona a la perfección y consigue transportarnos a la época de las pelucas empolvadas planteando el misterio de cómo es posible el funcionamiento del complejo sistema de fuentes y agua corriente en el Versalles clásico. ¿Acaso se trató de magia?
Sylvain, su protagonista, es un polifacético soldado veterano que intenta abrirse camino en la corte francesa a la vez que gobierna sus aguas: fuentes, cañerías y, con especial ironía, tronos de los que solo un genio del agua corriente puede proporcionar: “Si la realeza se calculara por el número de tronos, sería el rey de Europa” (p. 21). Nuestro héroe es un desclasado, que intenta ascender con su trabajo y su talento en una corte nada meritocrática, a la vez que pretende mantener una encendida vida amorosa con Annette y una intensa vida social en las fiestas palaciegas. Sylvain es un hombre práctico y pragmático, o cree serlo, pero lo cierto es que él mismo sabe que tiene demasiado en juego a la vez, y esto es lo que, a mi juicio, hace a este personaje tan atractivo: tiene ese poder sobre el agua, pero pronto sabemos que depende de los caprichos cuasi irracionales de un ente sobrenatural, el “pececito”, cuyos poderes y comportamientos resultan muy difíciles de controlar. El contraste entre Sylvain el cortesano y Sylvain el hombre de campo que consigue comunicarse con esta pequeña e increíble criatura es de lo mejor de esta obra. El primero es consciente de que “Los lujos y las comodidades que podía ofrecer a la casa real y a los cortesanos de Versalles con un abastecimiento fiable y constante de agua limpia y cristalina no tenían límite” (p. 32). Sus obligaciones de palacio distancian al segundo, el Sylvain más elemental, el amigo y casi padre de la criatura, que al principio es asunto de su amigo Leblanc.
Un súbito cambio de circunstancias hace que este ser de increíbles poderes pase a estar a su cargo. Al principio piensa que puede “dominar a una simple criatura, por poderosa que fuera” (p. 45). Pero creo que este camino para comunicarse con un ser tan mágico y lleno de misterio, un camino que intrigará y encantará a los lectores como me ocurrió a mí, será para Sylvain, sobre todo, la manera de reencontrarse con su verdadero yo. Su amante Annette advierte la dualidad que hay en él: “Lucháis por ser mejor que cualquier otro hombre” (p. 61) o “No sois leal a vuestra naturaleza, y eso hace que la gente se sienta incómoda” (p. 109). ¿Podrá mantener Sylvain todos sus malabares en el aire y controlar al ser sobrenatural que está ayudándole en su ascenso en la corte? ¿Tiene este ser humanidad o voluntad, o se trata de una criatura animal, desprovista de razón? En su ascenso, algunos lo llaman “mago” y otros “inspirador” (p. 80), afirmaciones de la sociedad que lo enorgullecen en el corto plazo, pero es del pececito, de la criatura, de quien desea saber si le parece “un hombre de valía” (p. 93). La respuesta de esta es una de las razones para elegir este libro, porque tal vez no nos estemos planteando las preguntas correctas, como acaba descubriendo Sylvain.
Como objeto, este libro es una pequeña delicia editada en tapa dura en un acuático azul con ilustraciones en blanco de Corominas, muy acordes con los estilos artísticos de la época que se retrata en la novela. En el interior también hay preciosas guardas y láminas ilustradas en cartulina del mismo color, siempre dentro del espíritu dieciochesco. Esta presentación es otro valor añadido a esta novela hechizante e inolvidable, que intrigará, entretendrá y divertirá a los lectores que gusten de los viajes al pasado histórico y a los mundos desconocidos que están en este, transportándolos al sofisticado Versalles de Siglo de las Luces con un toque de magia.