Stanislaw Lem es uno de los pocos escritores clásicos de ciencia ficción reconocidos que no es norteamericano. Quizás gracias a ser polaco y formar su país parte del bloque comunista tras la Segunda Guerra Mundial, ha llegado a ser conocido por sus novelas de este género, a pesar de que su trabajo también lo componen obras de temática psicológica. Cuando digo que su trabajo dentro de la ciencia ficción nació gracias al comunismo, es porque sus novelas eran una velada crítica al sistema dictatorial, que así superaban la censura que imperaba bajo dicho régimen.
Tal vez su novela más famosa es “Solaris”, comparada muchas veces con “2001: una odisea espacial”, de Arthur C. Clarke. A pesar de ser una gran novela es quizás la que menos lo represente por su seriedad, cuando realmente Stanislaw era un escritor que aportaba mucho de su sentido del humor e ironía a su obra. También es cierto que “Solaris” al ser su obra más sobresaliente, llegó a más mercados, cuando la mayoría de la obra de Lem tardó en llegar a nosotros traducida, aún persiste alguna obra por ahí que no lo está. Precisamente “El profesor A. Donda” no había sido traducida a nuestro idioma hasta ahora, acto que debemos agradecer a Impedimenta por haber hecho posible que podamos por fin disfrutar de esta breve pero divertida novela. También me gustaría destacar la fantástica traducción de la misma por parte de Abel Murcia y Katarzyna Motoniewicz.
La novela ya promete, nada más abrirla nos encontramos con el prologo del escritor argentino Patricio Pron. Es un placer leer de su pluma la presentación de la novela que tenemos entre nuestras manos. Una novela que nos contará, a modo de crónica —escrita en tablillas de arcilla al estilo babilónico— como el profesor Donda, a través de experimentos y subterfugios descubre que la información que albergan los ordenadores pesa físicamente. Todo esto lleva a que dichos sistemas informáticos se destruyan, creando el holocausto informativo, arrastrando al hombre, que tanto depende de la tecnología, de nuevo a la Edad de Piedra. El colapso en el mundo es de proporciones apocalípticas, menos en el llamado Tercer Mundo, donde esa tecnología al ser más escasa hace menos traumática su pérdida. A través de sus trazos en tan primitivo soporte, Ijon Tichy nos va narrando los orígenes del profesor que da título a la novela. Tan peculiar personaje tuvo como padre a una mestiza de la tribu de los navajos; madres tuvo dos y pico, una rusa, una piel roja y Miss Aileen Seabury… Ahí es nada.
A través de las tribulaciones de nuestro profesor y su ayudante Ijon, Stanislaw Lem nos va señalando la absurda manía del hombre por depender de la tecnología y la Inteligencia Artificial, pensamiento profético, ya que escribió este libro en 1973, año en el que la informática no era más que una tecnología en pañales.
Pero no solo con criticar esta dependencia se conformaba nuestro escritor, también realiza un repaso mordaz y sarcástico de la religión, y como no, de poderes dictatoriales que ridiculiza por medio de la simpleza de sus lideres. Eso sí, ubicándolos en países africanos inexistentes, demostrando que los censores de su país no eran capaces de vislumbrar que era a su propio sistema represor al que caricaturizaba.
Novela de 90 páginas que leeremos muy rápido, pero que hará que ese rato nos lo pasemos muy bien. Nos hará reflexionar sobre aspectos importantes que condicionan nuestra vida. Y sobre todo nos brinda la ocasión excepcional de acercarnos a uno de los escritores más divertidos y mordaces de la ciencia ficción, al que hay que atreverse sin prejuicios, porque a quien no haya leído nada suyo se llevará una agradable sorpresa, y seguro que profundizará más en su obra.