El lunes empieza el sábado, de Arkadi y Borís Strugatski

Por dónde empezar a hablar sobre esta obra de los hermanos rusos más famosos de la ciencia ficción. Quién conozca a los hermanos Strugatski, sabe de sobra que son los creadores de dos de los libros más icónicos dentro de este complejo género.

Esa maravillosa novela titulada “Qué difícil es ser dios” —cuya reseña podéis leer en esta misma web— es una obra de ciencia ficción donde los elementos que hacen que así se catalogue son sutiles, pero que encerraba una crítica mordaz al régimen bajo el que les tocó vivir; la otra novela por la que estos hermanos son famosos es “Stalker”, más conocida como “Picnic extraterrestre”, donde esta vez si nos encontramos con una ciencia ficción más explícita, denominada como “ciencia ficción sucia”, la que muchos señalan como el comienzo del cyberpunk.

En “El lunes empieza el sábado” dejamos un poco de lado este género y nos metemos de cabeza en el fantástico, sin abandonar del todo elementos de ciencia ficción. Y es que en esta divertida novela nos podemos encontrar cualquier cosa, y cuando digo cualquier cosa no se trata de una frase hecha.

Resulta complicado resumir el argumento de este libro. Dividido en tres historias, nos encontramos con Alexandr Ivánovich, que recoge a dos autoestopistas, los cuales le ofrecen un trabajo como programador en un instituto, cuanto menos, curioso. Ante su negativa, lo engatusan para que pase un par de noches en una cabaña muy peculiar, hasta que se convenza a aceptar dicho empleo.

Esa primera noche será testigo de acontecimientos de toda índole. Oirá y verá desde gatos y peces parlanchines a espejos respondones, y hasta un sofá que en realidad es un traductor, sin contar con el desfile de personajes cada cual más extraño y estrafalario. Pero las aventuras que vivirá en esta extraña casa apoyada en unas enormes patas de gallina, será solo el principio de la aventura. Porque los siguientes relatos los pasaremos acompañando a nuestro protagonista entre los distintos departamentos del instituto mágico que hará que su primera morada parezca una casa aburrida.

A medida que vamos leyendo, vamos descubriendo como las historias se cimentan sobre cuentos populares: la casa sobre las patas de gallina no es otra que la morada de Baba Yaga, una bruja famosa de la mitología eslava; el Gato de Cheshire, de Carroll; y muchos más que debéis descubrir mientras avanzáis la lectura.

Debido a ese instituto de magia se ha llegado a decir que “El lunes empieza el sábado” era el Harry Potter ruso. Nada más lejos, ya que si tal pudo inspirar a Rowling, yo coincido más con Adam Roberts, que en su entusiasta presentación de la novela, que encontramos en sus primeras páginas, lo compara más con el universo de Terry Pratchett. Por ejemplo: “los académicos del Departamento del Conocimiento Absoluto se dedican a estudiar el infinito, pero como semejante estudio requeriría de un tiempo infinito, no importa si trabajan o no, ya que tendría un efecto entrópico, así que trabajar en ello resulta inútil, por lo que permanecen de brazos cruzados durante su jornada”. No me negaréis que no sería propio de magos y Archicanceller de la Universidad Invisible de Ankh Morpork. Si hasta se comenta como un individuo se asomó tanto al filo de la Tierra que pudo ver la trompa de uno de los elefantes que van sobre la Gran Tortuga, teoría filosófica hindú y base argumental que sostiene el Mundodisco de Terry Pratchett.

Este compendio de hechos fantásticos se pergeñó a lo largo de varios años entre bromas, en colaboración con alguna compañera de trabajo de uno de los autores. Pero aquí no quiero profundizar mucho, ya que como surgió y se forjó este libro, nos lo cuentan los propios autores al final de la novela. Novela que afortunadamente los censores no pudieron ver que en realidad lo que estos hermanos hacían era una irónica y velada crítica a la burocracia y el despilfarro que se generaba en las instituciones que creían engrandecer la gloria de una Unión Soviética en plena guerra fría.

Una novela que Gigamesh nos presenta en una bonita edición de tapa dura, con apenas 400 páginas, y con una traducción directamente del ruso de la que se encarga de nuevo Raquel Marqués. Que hará las delicias de todo aquel lector aficionado al humor tan absurdo como inteligente, que nos arrancará más de una risa, pero que entre líneas nos hará pensar.