El último libro de Lorenzo Silva nos transporta hasta la revuelta de los comuneros contra Carlos I de España y V de Alemania, entonces un joven rey de ambiciones imperiales. Es un volumen ligado a una efeméride, pues fue en abril de 1521, hace quinientos años, cuando el movimiento comunero fue derrotado por las tropas imperiales, y sus principales representantes ejecutados en Villalar.
Por un lado, esta obra habla de una época y unos acontecimientos apasionantes, y no lo suficientemente conocidos. Por otro, el autor reflexiona sobre su propia búsqueda interior de ese esquivo concepto que es la identidad. Esta dualidad le da una estructura peculiar y una suerte de indefinición genérica, entre el ensayo reflexivo personal y la narración e interpretación de hechos históricos. No es una novela histórica al uso que ficcionalice acontecimientos más o menos llamativos de la época, pero la habilidad para contar de Silva hace que esto no sea visto como una carencia que haga perder amenidad o interés al libro, sino todo lo contrario. Los capítulos se alternan, de modo que, mientras uno va avanzando en el relato de los hechos de la rebelión, el siguiente nos muestra las reflexiones de una voz que es la del propio autor, muy pegadas a la actualidad de España, a las identidades dentro de nuestro país, a los avatares que estamos viviendo…
Me ha gustado mucho el contenido de la obra porque no solo es interesante lo que cuenta, sino que el modo de contarlo le da un giro diferente. Nos acerca lo que vivieron personajes de hace cinco siglos, como Padilla, Bravo, Maldonado, el obispo Acuña y María Pacheco, el emperador Carlos o Adriano de Utrecht, con verdadero rigor histórico y mucha humildad, pero, sobre todo, la misma humildad y sencillez aplica al espinoso tema de las identidades: “Todos somos el resultado de las circunstancias que nos depara la existencia, y seguramente no cabe alegar nada de lo que en ellas nos impiden o nos llevan a ser como mérito o desmérito de ninguna clase” (p. 15). De los viajes que plantea este libro, este es el de mayor hondura y recorrido. Lo inicia con la escucha de un épico disco de folk y, aunque no va a privarse de juzgar el modo de actuar de sus personajes (“El hombre de poder mira con condescendencia, si no con conmiseración, al hombre de ciencia y de palabra, juzga risibles sus hechuras graves y las más de las veces no anda descaminado en su desdén, porque poco pueden la ciencia y la palabra, por lo general, contra quien sujeta el cetro y tiene ceñida la espada”, dice de Carlos I, pp. 76-77), lo hace siempre desde la mesura y la razón no tan fáciles de encontrar en estos tiempos.
¿Pero qué es lo que hace esos momentos históricos tan especiales? ¿Qué hace que el relato de una derrota siga llegando tan hondo cinco siglos después?: “Unas Cortes sin el monarca ni sus representantes, el embrión de una Castilla alzada sobre sus propias plantas que no duda en prescindir de su rey para defender y organizar el reino” (p. 106). La osadía del momento y la lucha por la libertad de sus protagonistas son captados sin aspavientos por Silva y me atrapan como lectora que aprecia una causa sólida y sentida, aunque finalmente fuera aplastada, y fuera a parar a ese lugar incierto de la Historia donde acampan los derrotados. Algunos vivimos en ese lugar, que es la Meseta, y el viaje interior de Silva le va a hacer descubrirse (creo) como uno de nosotros.
El libro está lleno de momentos memorables, y no se lee como un sesudo tratado de historia, sino más bien como una búsqueda del propio ser en medio de todo el ruido de la actualidad. Los comuneros no son unos revoltosos sin ley, sino que acompañan sus pasos de abundante aparato jurídico que sorprende por su modernidad: “Con el tiempo, [Capítulos que los procuradores de la Santa Junta del reino enviaron al emperador] se leerá como un primer ensayo de constitución moderna que a partir de las tradiciones de las Cortes castellanas, a su vez herederas de las leonesas, se proyecta hacia el futuro para esbozar un Estado en el que la soberanía nacional, prevalece, en caso de conflicto acerca del interés del reino, sobre el mismísimo rey” (p. 255). “Defienden el derecho a enfrentarse con las armas a aquellos que sostienen la servidumbre y los privilegios, en cuyos brazos se ha arrojado el emperador” (p. 257). Carlos solo quiere a Castilla para sufragar sus ambiciones imperiales y pone al mando a extranjeros al reino, pero los castellanos intentan defenderse, primero en las Cortes, luego por las armas. Y Silva no lo dice, pero soy la clase de lectora que no puede evitar preguntarse, al leer estas palabras, qué podría haber sido si las cosas hubieran terminado para ellos de otra manera. Sin embargo, en su viaje paralelo, entre 2020 y 2021, contemplando a su hija, el narrador habla desde el conocimiento de la derrota, desde la resistencia del perdedor, que ve definitoria del carácter castellano. “Nadie nace para prisionero” (p. 274)
Acercándose a la fatídica primavera de 1521, Silva se permite una reflexión metaliteraria que los buenos lectores sabrán apreciar. ¿Hubo algún encuentro crucial entre personajes principales de esta historia en vísperas de la ejecución final? Ya que no hay constancia de ello, “ha de refrenar por tanto el novelista la tentación de ponerlos cara a cara , y pensar que para los grandes del reino es mayor desquite darlos al verdugo sin dignarse siquiera cambiar palabra con esos regidores que se creyeron iguales a ellos y que les asolaron con insolencia los feudos” (p. 291). Propósito de sobriedad, de no dejar volar la imaginación en dramatismos, coherencia del fondo y la forma, y también confluencia final en el tema de temas, la identidad, tal vez el asunto de este libro que más interés ( ¡y controversia) va a causar. ¿Qué es ser castellano? ¿Qué significa hoy ser castellano en esta España de tantas identidades? El narrador ha confluido con sus héroes en el lugar donde ocurrió su ejecución, que acaba de relatar. Visita Villalar en tiempos pandémicos y reflexiona sobre lo sucedido “desde entonces”. “Hay, pese a todo, algo emocionante y sublime en esta derrota tan absoluta y tan irrevocable de Castilla” (p. 303). Una derrota que parece el inicio de la derrota definitiva, que define una manera de ser. El círculo se cierra: “Lo que el viaje significa solo termina de apreciarlo quien regresa al lugar del que un día salió” (p. 327).
Esto es lo que ofrece este libro sobre una rebelión derrotada: el más emocionante de los viajes, el retorno al pasado y un itinerario de vuelta al presente que explica el sentido último de la apuesta perdida de los comuneros, “al negarse a reconocerle al monarca su derecho a menoscabar su reino y al afirmar el derecho de los castellanos a disputarle en ese caso su autoridad y su poder” (p. 329). Y esa, saben los emocionados lectores, sean castellanos o de lejanas tierras, sí es una causa justa. Silva termina su viaje interior integrando como propia esta manera de existir: “Por muchas razones es preferible vivir al raso, acogido al dulce desamparo de esta identidad que no aspira a recobrar el sentido que tuvo, porque la Historia lo barrió para siempre” (p. 344). Una manera de ser melancólica y rebelde que este libro, hermoso e inclasificable, transmitirá con sobrio rigor y emoción a sus afortunados lectores.