Pedro I de Castilla es una figura histórica controvertida y afectada por esa especie de olvido que fosiliza la visión de los vencidos por los vencedores en una serie de tópicos y apodos. Julio Castedo lo ha escogido como protagonista y narrador de su última novela, tal vez por esa fascinación por los derrotados que ya estaba presente en El jugador de ajedrez.
Rey don Pedro resulta peculiar como novela histórica. Me ha gustado mucho y la he leído con gran interés, a pesar de conocer ya muchas de las peripecias que en él se cuentan. Una nueva novela sobre Pedro I, retratado por sus contemporáneos con tanta o más crueldad de la que le atribuyen, era algo que tenía que leer. Tal vez también a mí me fascinen los derrotados de la historia.
El don Pedro de esta novela intenta ser un buen rey, o al menos así nos muestran sus reflexiones ante su proclamación: “Decidí que habría de situarme sin desdoro en la línea de mis antepasados, ser un buen rey, al menos tan bueno como el que yacía exánime ante mí” (p. 32). También es un personaje reflexivo, sentencioso, que de su propia vida extrae conclusiones sobre la naturaleza humana: “El desconocimiento de las propias flaquezas nos convierte en seres primarios, burdos en nuestro juicio, incapaces de cualquier forma reflexiva de meditación o de autocrítica: de nada sirve un carácter vehemente cuando la sustancia atrabiliaria procede de la soberbia” (p. 62) o “Somos los rehenes de nuestros errores, de las concesiones hechas a intereses ajenos en momentos de indolencia” (p. 72), “El tiempo rara vez trae por sí solo los cambios” (p. 88) son algunas de estas reflexiones del rey ya muerto, que bien podrían aplicarse a cualquier época y persona. Pero no explican los motivos de su lucha constante y derrota final: “Quien no tiene nada que perder siempre es propicio para promover un cambio” (p. 96). ¿Tenían algo que perder sus muchos enemigos, que lo rodean desde la infancia? ¿Su madre, llena de resentimiento? ¿Sus muchos hermanastros bastardos, tan diferentes como Enrique y Fadrique?
Esta novela nos muestra de modo hábil y sentido cómo el rey pierde progresivamente el control y el gobierno de sus propios actos, en parte por las traiciones que sufre, en parte por su propia percepción de casi todos como traidores. De nuevo, el Pedro que reflexiona ante sus propios restos nos da una clave interpretativa con la que yo misma me podría identificar (sin ser ninguna reina): “Me he sentido muchas veces de espaldas a mi propia voluntad, actuando de forma distinta a lo que estaba de acuerdo con mis planes, como si mi inteligencia tuviera dos amos y los obedeciera de forma alternativa, casi al azar, pero con la misma callada eficacia” (p. 107). Una dualidad tal vez patológica en él, y que se apodera de su persona cuando pierde al único ser que lo ama y al que ama incondicionalmente. Entonces es más fácil víctima de sus adversarios, ya que “con frecuencia se esconde cierta debilidad negligente bajo la tiranía del sufrimiento” (p. 180). Entonces su carácter alcanza ese punto que explica el modo en que lo motejarán sus enemigos y la historia: “Nada se me antojó más cierto que cada delito merece un castigo proporcional a la falta y que le perdón suele acechar una forma de burla a la legalidad” (p. 189). Inflexible, falto de la piedad que piensa que los demás no tuvieron por él. Siempre sufriente, hará sufrir a los demás.
Aunque es rico de información bien documentada y nos relata la vida de su protagonista y los acontecimientos fundamentales de la época, el énfasis de esta novela histórica no está en la minuciosidad de los detalles y en crear extensas peripecias añadiendo personajes inventados, como en muchas obras actuales del género. En lugar de esto, Castedo nos ofrece algo mucho más interesante: una reflexión sobre las motivaciones y las adversidades vividas hecha por el propio rey desde su muerte, que es relatada al comienzo de la novela. Este aspecto, para mí el más original de la obra, es también mi favorito, junto con el retrato de la relación del rey con su madre y sus hermastros, con toda su dureza. La obra se divide en dos “libros” cuyos títulos son muy significativos. El primero es “Soledad y quimera”, y relata sus años más jóvenes. El segundo, “Plenitud y ocaso”, nos muestra a un rey más adulto, su mayor poder y las luchas que lo llevan a su fin. Cada libro se divide en capítulos llamados “jornadas”, a modo de etapas del viaje de un rey que llegó al trono siendo adolescente, vivió desde la infancia rechazado por todos y tuvo que sufrir la rebelión de sus hermanos bastardos.
La narración no solo es en primera persona, sino que se caracteriza por su introspección y la reflexión del rey, contemplando su propio cuerpo inerte, durante los días posteriores a su muerte. Esto no le lleva a hacer esfuerzos patéticos por justificar sus terribles actos, por los que sus enemigos lo apodaron “el Cruel”, pero si lleva a los lectores a empatizar con este personaje que no niega sus equivocaciones, pero también nos expone la crueldad de sus adversarios.
Una obra, en conclusión, muy recomendable para lectores aficionados a la historia del periodo, que muestra de un modo muy diferente a este rey maltratado por la historia: un ser humano que contempla sus propios actos y los revisa para los lectores. También para quienes gusten de una lectura literaria que reflexione sobre la condición humana con palabras con las que muchas personas pueden sentirse identificadas.