Hoy vengo a proponerte un viaje. Va a ser un viaje precioso, y a la vez turbulento, misterioso y apasionante. Ya verás que en este libro hay lugar para todo.
Lo primero que tendrás que hacer será conocer a Dora, la protagonista de nuestra historia. Ella vive en las frías tierras de Escocia, donde no es en absoluto feliz y donde las cosas que le están ocurriendo están haciendo que se replantee su vida entera. En esa crisis existencial, decide hacer las maletas y viajar a un lugar mucho más caluroso. Supone que, si cruza el charco, tendrá la oportunidad de replantearse su vida y descubrir quién es y qué es lo que le hace realmente feliz, ya que ese sentimiento, el de felicidad, hace mucho que la abandonó.
Todo parece ir bien, sin embargo, en su viaje conocerá a un hombre que le propondrá un negocio muy turbio a cambio de una gran cantidad de dinero. Ella, que se fue de viaje casi con lo puesto y sin dinero suficiente como para sobrevivir más de un par de días, decide aceptar a regañadientes, con tan mala suerte que es descubierta. Por una serie de circunstancias, termina en Nicaragua, donde se esconde en un poblado para que nadie la encuentre, incluso haciéndose pasar por monja para pasar desapercibida (no hay que olvidar que es pelirroja y tiene una piel blanca como el alabastro, cosa no demasiado común en Nicaragua). Allí no solo descubrirá uno de los más hermosos lugares de este mundo, sino que conocerá la verdadera esencia humana. Esencia que no siempre es la que ella se espera, ya que tendrá que aprender a vivir con personas que están dispuestas a hacer lo que sea para sobrevivir independientemente del precio.
Con esta premisa tan interesante comienza Manos doradas: buscando sol en Nicaragua. Paula Emmerich, su autora, nos propone un viaje en el que conoceremos a las personas que irán apareciendo en la vida de Dora. Y muchas de ellas serán tremendamente interesantes y que harán que queramos, como lectores, que nunca desaparezcan de nuestro lado.
Lo cierto es que es muy fácil empatizar con Dora, su protagonista, ya que es una mujer real, con sus problemas y sus preocupaciones. Y esto me ha gustado especialmente, porque no es una heroína como a veces las novelas tratan de hacernos creer que somos las mujeres. Tiene problemas, toma decisiones erróneas, se equivoca, tiene unas ganas tremendas de vivir y necesita conocerse a sí misma. Y no importa que no hayas pasado por lo mismo que ella (espero, de corazón, que no hayas pasado por lo mismo que ella), ya que eso no será impedimento para que no sientas lo mismo que siente la protagonista. La autora se toma su tiempo para que comprendas qué es lo que piensa Dora y cómo le afectan las vivencias que le están sucediendo, pero sin agobiar al lector con soliloquios aburridos y cosas que no interesan. No olvidemos que tenemos entre manos una novela que también maneja el misterio, la tensión y las aventuras, una mezcla explosiva que funciona muy bien con la trama principal.
Metiéndome un poco en los aspectos más técnicos, la autora ha decidido narrar esta historia en una tercera persona omnipresente que nos aleja un poquito de los sentimientos que Dora nos podría contar si estuviera narrada en primera persona. Sin embargo, eso no es impedimento para comprender en cada momento lo que siente y lo que opina de las cosas que le van sucediendo. Utiliza un lenguaje ágil que no se demora en grandes y eternas descripciones, sino que opta por llevar un ritmo más rápido en el que las cosas suceden una detrás de otra sin dejar tiempo a que el lector se disperse. Esto significa que, para cuando se quiere dar cuenta, ya ha devorado más de la mitad del libro y ya está tan dentro de la historia que debe continuar.
Lo que más me ha gustado de Manos doradas: buscando sol de Nicaragua es precisamente la belleza del lugar que ha elegido la autora para desarrollar su historia. Ahora, con todo el tema de la pandemia, me apena estar gastando mis vacaciones metida en casa sin casi poder salir. Así que lo intento suplir de la forma que mejor sé: leyendo. Y es una gozada poder acercarse a las cálidas aguas de Nicaragua a través de las letras de Paula Emmerich, que me han hecho soñar con que yo misma estaba allí y con que algún día podré ver con mis propios ojos todos los paisajes que con tanto cariño describe en su libro.
En definitiva, leer a Paula Emmerich ha sido como viajar estando sentada en mi sillón, con la lluvia del norte de fondo, aunque con el sonido paradisiaco de las playas en mi mente. Ha sido conocer a una mujer valiente a la que nada se le pone por delante y que hizo lo imposible por encontrarse a ella misma y por descubrir que la vida, aunque nunca es compasiva y es dura como una roca, a veces nos ofrece cosas maravillosas.