El Gran Rojo, de Benito Olmo

Soy admirador de Benito Olmo desde que leí su novela “La maniobra de la tortuga”. Enseguida fui a por su libro “La tragedia del girasol”, protagonizada por el mismo policía cínico y de vuelta de todo, Manuel Blanqueti. Así que cuando Benito lanzó “El Gran Rojo” y descubrir que esta vez no sería Blanqueti al que acompañaría por las calles de Cádiz, he de confesar que estuve un poco reticente, pero solo un poco, porque tratándose de Olmo, cuyo estilo ya me había ganado dentro del género, era inevitable que me sumergiese entre sus páginas.

Leer a Benito Olmo es reencontrarse con los pioneros de la novela negra. Un alumno aventajado de clásicos como Dashiell Hammett o el mismísimo Raymond Chadler, con protagonistas herederos del propio Marlow. Historias que saben a clásicos muy bien traídos al siglo XXI. Si disfrutamos del auténtico origen de la novela negra, difícilmente no disfrutemos del estilo de Benito Olmo.

Como digo anteriormente, esta no es una aventura protagonizada por Blanqueti, como en sus dos anteriores novelas. Esta vez acompañamos al detective Mascarell, que por circunstancias de la vida, ha terminado residiendo en la ciudad alemana de Frankfurt. Al igual que el propio autor, que siguiendo la máxima: “Escribe de lo que conozcas”, se nota que ha hecho bien los deberes por cómo describe su ciudad adoptiva, más concretamente los bajos fondos donde se sitúa la mayor parte de la trama, así como el protagonismo que le da al emblemático skyline de la ciudad alemana. Su narrativa es muy visual, haciendo que nos sintamos físicamente en los escenarios que describe. No es extraño que el director Juan Miguel del Castillo esté actualmente inmerso en la adaptación de su novela “La maniobra de la tortuga” a la gran pantalla.

Volviendo al protagonista de “El Gran Rojo”, nos encontramos con el detective Mascarell, que deducimos ha terminado ejerciendo dicha profesión casi por casualidad. Un detective al que recurres como última opción. Conocedor de los barrios donde otros no se aventurarían. Recibe el encargo de localizar a alguien que también es buscado por gente peligrosa, con la que es mejor no encontrarse. Haciendo que su camino se cruce una joven que desea saber cómo murió su hermano, y por lo que está convencida de arriesgarlo todo en pos de la verdad.

Más alejado del típico cliché que podemos encontrar en la mayoría de obras del género policíaco, aquí Benito demuestra su inteligencia a la hora de crear un personaje más humano. A pesar del típico cinismo, reconocemos en nuestro detective un halo de amargura por las circunstancias que le han arrastrado a residir en una ciudad que le es tan ajena, pero a la que no le permite ganarle la partida no escogiendo el camino fácil, que sería dejar todo atrás y volver a la casilla de salida, España, su país natal. El antihéroe ideal que entiende que él solo no se puede enfrentar al mundo y salir victorioso, y que es gracias a terceros que consigue escapar de alguna situación extrema. Lo acompañan personajes tridimensionales, más cercanos a la realidad que a clichés tópicos a los que nos tiene acostumbrado este tipo de obras.

Poseedor de una narrativa muy dinámica, Benito no da cabida a que nos aburramos con diálogos banales que no conducen a nada, todo lo contrario, cada palabra hace avanzar la trama sin dar espacio a la desidia, haciendo que nos bebamos sus trescientas páginas en un par de días, como ha sido mi caso, dejándonos con más ganas de Mascarell, saber más de él y adónde le llevará esa profesión que no ama, pero que tampoco puede dejar debido a su frustrada vocación policial.

Novela que nos demuestra una vez más la valía de nuestros autores patrios, que manejan bien el género policíaco, y que sin menospreciar a autores extranjeros, también reconocidos como grandes autores, podemos presumir de que dentro de nuestras fronteras disfrutamos de escritores, como mínimo, de la misma calidad.