No oigo a los niños jugar de Mónica Rouanet

Publicación: 6 mayo 2021

Sinopsis

Vuelve Mónica Rouanet, la autora del best seller del confinamiento con Despiértame cuando acabe septiembre.

Tras un grave accidente de coche, Alma, una joven de 17 años, sufre un shock postraumático y es ingresada en una clínica psiquiátrica ubicada en un antiguo edificio rehabilitado. Allí convive con otros internos y sus patologías y se cruza con unos niños a los que solo ella puede ver. Poco a poco, la historia del edificio y sus antiguos ocupantes se enreda con la realidad de Alma y la lleva a desentrañar oscuros secretos encerrados durante años entre las paredes de la enorme casona y en su propia mente.

Biografía del autor

Mónica Rouanet nació en Alicante y desde los siete años vive en Madrid, donde estudió Filosofía y Letras. Especializada en Pedagogía por la Universidad Pontificia de Comillas, posteriormente cursó estudios de Psicología en la UNED. Desde hace más de diez años atiende a personas en riesgo y dificultad social. Roca Editorial ha publicado Donde las calles no tienen nombre y Despiértame cuando acabe septiembre, con la que se ha confirmado como una de las autoras más leídas en España durante el 2020.

Críticas

«Hay puertas que no deberían abrirse. Silencios que nos advierten. Pero nunca hacemos caso.» Víctor del Árbol

«Mónica Rouanet tiene la extraordinaria cualidad de describir a la perfección lo mejor y lo peor del ser humano.»
Juan Diego Guerrero, Onda Cero

«Una novela que ahonda, con sensibilidad e intriga, en la exclusión social y el dolor de ser distinto, sin renunciar a una absorbente trama de misterio. Las páginas se pasan sin sentir.» Elia Barceló

Un thriller trepidante lleno de suspense que mantendrá al lector enganchado hasta las últimas páginas.

Mónica Rouanet, la autora del best-seller del confinamiento Despiértame cuando acabe septiembre, vuelve a las librerías con un thriller social tremendamente inquietante y plagado de misterio en el que los personajes principales nos muestran las distintas caras de una verdad silenciada e ignorada, por desgarradora e incómoda para la sociedad.

Con un hilo argumental en continua tensión y alternando dos dimensiones espaciotemporales, la autora se adentra en las mentes enfermas de jóvenes y niños marginados del mundo por ser distintos. Jóvenes con adicciones, obsesiones, dependencias emocionales que no saben cómo gestionar y niños abandonados por una discapacidad, una tara que los hace diferentes y avergüenza a sus progenitores.

Dos tiempos y una realidad en una antigua residencia para niños sordos, rehabilitada y abierta ahora como clínica psiquiátrica para adolescentes. Pasado y presente en un mismo edificio en cuyas plantas superiores todavía habitan unos niños que solo Alma, la protagonista de esta historia, puede ver.

No oigo jugar a los niños es un relato hipnótico que mantiene la tensión a lo largo de toda la novela hasta generar en el lector una sensación de intranquilidad que desata auténtica sugestión.

Los personajes.

Alma tiene 17 años y es una chica encerrada en sí misma, que vive en un mundo oscuro y tormentoso desde el accidente; de hecho, si fuera por ella no viviría. En su aislamiento, recorre pasillos y escaleras dejándose llevar, deambulando sin rumbo. ¿Qué rumbo se puede tener sin vida? Solo la piscina le permite no pensar. Su conexión con el agua, sumergirse, nadar y vaciar la cabeza es el único aliciente.

Luna, compañera de Alma y casi decana de la clínica psiquiátrica, es la que más tiempo lleva allí correteando por los pasillos subida en sus tacones. Altiva, caprichosa, metomentodo, refunfuñona y adicta a cualquier droga, Luna necesita dominar, ser el centro de atención y no tiene escrúpulos en llevar el límite al extremo. En realidad no es más que alguien solo, asustado y triste, llamando la atención de su madre, una famosa cantante.

También están Mario, emparanoiado con que le espían y le persiguen; Ferran, adicto al sexo; Gabriela, obsesionada con la comida, y Candela, en crisis permanente.

Y los niños de las plantas de arriba, que se esconden de todos para proteger su hogar, para poder seguir viviendo donde siempre han vivido, desde que les abandonaron por ser diferentes, por ser sordos.

Dos niños juguetones, que Alma ha descubierto y con los que intercambia mensajes, que todos creen que son fruto de su imaginación, aunque ella sabe que son reales y viven allí, en los pisos superiores.

Junto a Diego, el mayor de todos ellos. Un chico desenfadado y atrevido, más o menos de su edad, que se las ingenia para encontrársela en cualquier sitio y aprovechar para seducirla. Como ella, lleva las muñecas vendadas, ocultando las cicatrices que recuerdan la voluntad de abandonarlo todo, de abandonar la vida.