El título, en principio, me parece exagerado (¿tal vez la única exageración de este interesantísimo y versátil libro?) y ello es explicable para quien se asoma con afecto y proximidad a él por cuanto, dado el contenido y esa forma tan interesada, humana, perceptiva y emocionante de narrar, quien así se expresa ha de ofrecer todo menos falsedad; es un texto próximo, vivido –y escrito- con todos los sentidos, delicado y sugerente. Hasta tal punto que un lector un poco avezado creo que tendería a entender estos apuntes-anotaciones-vivencias más como un gesto de cariño que no como un gesto de engaño.
He considerado en ocasiones que podría ser considerado este libro (que conmemora con esta segunda edición su décimo aniversario), antes al contrario que cualquier artimaña de convicción interesada, como una prueba de amistad, de lealtad y, sobre todo, de literatura en un estado primigenio, lo que le otorga fiabilidad y aproximación afectiva. Equivale, digámoslo, a una expresión de lo que se ha denominado en ocasiones –sobre todo por los amantes y conocedores de la literatura- como un ejemplo de libro de cocina (de cocina de autor, entiéndase), hecho con amor, eligiendo los mejores materiales –la prosa es muy cuidada-, algo que le convierte no sólo en un presente provechoso sino también de deleite.
El escritor consecuente nos ofrece estos regalos de vez en cuando: se dirige al lector desde dentro de sí, con la mayor y mejor voluntad, para que, de algún modo juntos, ir disfrutando de ese mensaje insustituible que es la palabra escrita (y sentida) junto a la voluntad generosa del lector que atiende y entiende
“Ahora que los médicos ya no son dueños de melancolías y nostalgias, se ha descubierto el ‘Síndrome de Ulises’ (…) A pesar de su nombre tan literario, la nueva patología se concibe como un problema estrictamente clínico. Los síntomas de la enfermedad: tristeza, llanto, tensión, dolor de cabeza y pecho, insomnio, fatiga y alucinaciones (…) ¿Cuántas pastillas van a vender hasta que se descubra que el Síndrome de Ulises no se cura con medicinas? ¿Cuántos años para que se sepa que el dolor en el pecho no era más que una saudade, un poco de nostalgia, un exceso de bilis negra?” Tal se puede leer en el fragmento ‘Frontera –A la derecha’, que, si bien pudiera ser aparentemente un texto testimonial de actualidad, lo es también un tema donde lo humano alcanza verosimilitud interior y una precisa lección de ontología. Dicho con sobriedad y precisión.
El libro es muy rico, entiéndase, en matices, en emociones bien expresadas literariamente, de ahí lo inexpresable de su compañía, de su fecundo provecho porque, en cualquier página no es difícil saber que el hombre genérico, el de la cotidianidad es el protagonista, y el tema aludido siempre un reflejo de consciencia del observador, del que nos reclama con su fundado discurso: “Restaurar: maquillar espacios que deja en cualquier superficie el taladro del tiempo. Escribir es un proceso de restauración a la inversa. Un restaurador rellena huecos en una superficie donde ya existe una imagen más o menos acabada: el escritor, en cambio, trabaja a partir de las fisuras y los huecos. En esto se parecen el arquitecto y el escritor. Escribir: rellenar relingos” Coser, aunar, anudar, restablecer un equilibrio
Escribir para restaurar la memoria y en ello, a través de la literatura, obtener el provecho de una cierta armonía con el paisaje, con el entorno de la cotidianeidad, con el viaje, con uno mismo. La autora, con sensibilidad, nos ayuda a transitar por estos parajes interiores
Ricardo Martínez – Web de Ricardo Martínez