Lo primero que llama la atención en ‘Un plan sangriento’ es el lenguaje elegante y fluido que usa su autor, remedando el estilo preciso y elaborado que correspondería a los documentos decimonónicos que componen la novela. Lo segundo es la apariencia de true crime con que Macrae Burnet quiere presentárnosla, partiendo de un texto encontrado por azar mientras buscaba información sobre su abuelo.
El escrito contiene la confesión del crimen múltiple cometido por Roderick Macrae de diecisiete años sobre tres miembros del clan Mackenzie. En un estilo que contrasta con su falta de formación, el chico describe el acoso al que Lachlan Broad, cabeza del clan, venía sometiendo a su familia y que, inevitablemente, condujo al fatal desenlace.
La geografía salvaje de las Tierras Altas es el trasfondo donde se desarrolla la historia, pero el paisaje humano que describe el autor escocés dista mucho de otras aproximaciones novelescas a la zona: las penurias de los arrendatarios en la segunda mitad del siglo XIX corren paralelas a su resignación, sometiéndose a unas leyes que no hacen sino proteger los privilegios del lord terrateniente.
Pero lo que tenía apariencia de novela social, parece convertirse ahora en thriller o novela negra, aunque en la misma medida en que podría ocurrirle a ‘Crimen y Castigo’. Es el momento de los textos de los forenses, de la aportación del doctor Thomson, psicólogo criminalista y personaje histórico, y del juicio en sí, tan cinematográfico que no nos costaría poner cara a los personajes.
Macrae Burnet hace hincapié en los prejuicios de la época, tanto populares como científicos, que achacaban las tendencias criminales a factores hereditarios que se traslucían en rasgos físicos, tendencias que resultaban ineludibles si aquellos factores se desarrollaban en las inmundas condiciones de ciertas zonas urbanas. Esa inferioridad congénita podía, si acaso, mitigarse en ambientes rurales menos agresivos.
Son especialmente lúcidos los momentos en que las desgracias de toda una familia se contemplan, por parte del doctor Thomson, como indicadores de la baja estofa de sus miembros, y de que “el prisionero proviene de una estirpe de naturaleza inferior a la normal”. E igualmente llamativa es la táctica de la acusación de intentar mostrar que el preso tenía motivos sobrados para cometer el crimen, evitando así la consideración de demencia como eximente. Una demencia a la que la ciencia criminalista del momento ha añadido la variante de demencia moral, la que intenta usar la defensa a la vista de las elevadas capacidades intelectuales de Roderick.
El ambiente opresivo de la aldea, la prepotencia de Lachlan jaleada por las risitas de su hermano, o la presencia de un perturbado en las afueras del pueblo, nos remiten al film de Peckinpah ‘Perros de paja’, referencia que viene a formar parte del endiablado juego que Macrae Burnet acaba proponiendo al lector.
Quizás, el que ‘Un plan sangriento’ no haya aparecido en alguna contrastada colección de novela negra sino en una editorial literaria como Impedimenta, haya despistado a algunos incondicionales del género. Están a tiempo de subsanar tal descuido.
Rafael Martín