Por: Luciana Prodan*
Si no te veo en 25 horas, me muero, es una de esas novelas-películas que nos atrapan desde la primera página; desde la primera escena. Una de esas historias en las que el libro (ese objeto sagrado que nos adivina el deseo, y siempre está dispuesto a hacernos de puente para ayudarnos a cruzar el umbral de nuestra propia ¿realidad?) se transforma automáticamente en una sala de cine vacía que nos abre sus puertas y nos invita a pasar, asegurándonos, entre otras cosas, que fuimos elegidos para ser los espectadores y protagonistas de un destino incómodo, mágico, excitante y bendecido, del que no vamos a querer ni poder escapar.
Y este es quizás uno de los mayores logros de José Vázquez como narrador: utilizar una prosa absolutamente cinematográfica, lineal, concreta (y por momentos brutal), pero que está sostenida por los hilos de una musicalidad y una cadencia tan bien orquestadas, que terminan adueñándose de todos y cada uno de nuestros sentidos. De nuestros motivos.
Sexo, drogas, política y poder. La industria del cine corrompida; manoseada. Intoxicada por negocios propios y ajenos que lo único que buscan es hacer del arte una máquina: una simple expendedora de dinero que esté exenta de sentir y pensar. Un lugar en donde la meritocracia, otra vez, deja de ser una opción para transformarse en una persecución. O en un castigo.
Un cantante famoso, una periodista obsesiva y un enigma. Un estigma. Una historia en donde la pasión, la ambición, el erotismo y el deseo, nos hacen pensar qué seríamos capaces de hacer con tal de salvarnos de los otros. Y de nosotros.
¿Es cierto que no tenemos precio? ¿Cuánto vale nuestra dignidad? ¿Qué cosas estamos dispuestos a perder con tal de encontrar nuestro destino?
Secretos, debilidades y traiciones. El amor (que nunca es tan real ni tan inventado) se juzga, se culpa y se redime, empujado por la fuerza de su falsa libertad.
La vida, el azar y la suerte. La amistad, la lealtad y la doble moral. Los excesos como posibilidad y como excusa. Los disfraces que todos nos ponemos para no reconocernos en nuestro propio espejo. Para no ser opacados por los reflejos de los otros. ¿Para no ser juzgados por los esmerilados y lacerantes ojos de los demás?
Dueño de una prosa tan particular como inconfundible y con una capacidad admirable para resolver diálogos, crear atmósferas y describir escenas, José Vazquez, en esta novela, nos deja sin excusas. Nos regala, como dije al principio, la posibilidad de leer un libro y mirar una película al mismo tiempo. Nos quita la presión de tener que elegir. Nos regala la perseguida e inalcanzable posibilidad de quedarnos con todo.
*Escritora y periodista argentina.