Grossman cuidó y educó al hijo que había tenido con el escritor Boris Guber la que había de ser después su segunda mujer. Habrá que pensar que, a modo de reconocimiento, para honrar su memoria, ahora aquel joven Fedor Guber publica estos textos de características, si bien distintas, complementarias por cuento constituyen cartas y recuerdos del gran escritor ruso, que nos hizo no solamente ver, sino sentir la destrucción, el enfrentamiento y el desamparo de la guerra como un acto tan humano como desgarrador en todo lo que tiene ésta de tragedia en el sentido más amplio de la palabra.
Como el libro hace las veces de lo que pudiera ser la exposición de la ‘cocina’, de los entresijos literarios de la agitada vida del escritor, el contenido es desigual, muy emocionante en algunos casos (la tragedia engendra o puede engendrar las mayores categorías de emoción), así como los actos despreciables que el hombre, por envidia o venganza, pueda generar. He aquí, pues, un testimonio real, informador y didáctico de cuanto una vida sometida a la lucha de los contrarios (toda vida lo es por definición, pero ésta es una realidad agrandada cuando hay un dominador-exterminador implacable y una víctima de esa dictadura que, para colmo, no había de ser única, pues tanto el régimen nazi como el soviético son responsables, en la época de Grossman, de repudiables genocidios) pueda deparar como ejemplo, como enseñanza. Con sus rasgos de nobleza de comportamiento también.
En el apartado de ‘Cartas de los lectores’ un anciano, en el año de 1963, antes de acostarse, le dirige unas líneas a propósito de su relato breve ‘El alce’: “Qué fino conocimiento de los hombres hay que poseer, cuánta fuerza y qué habilidad para encontrar la palabra justa (…) Y son muchas las ideas contenidas en ese relato breve, minúsculo. Hay la indiferencia de los hombres ante la muerte del prójimo, pero también el horror ante la pérdida de la única persona amada y la analogía brillante, monstruosa e inclemente entre la muerte irracional de una fiera y la angustia ante la muerte de un ser humano”
En otra ocasión es el propio Grossman quien se queja del trato injusto y malintencionado dado a unos poemas que, a su entender, merecían mejor tratamiento: “… ha aparecido en Izvestia un articulillo asqueroso y repugnante sobre ellos. Por mucho que uno entienda que no cabía esperar otra cosa, el dolor que me ha producido es inmenso. Piensa en lo que significa haber esperado años, ¡décadas!, hasta que publicaran sus poemas y al tercer día de publicados ser cubierto de toda esa basura…”
El material recogido en este libro responde a una selección personal de un heredero de Grossman cuyo criterio y oportunidad de edición al parecer es discutible, pero lo que sí es cierto es hasta qué punto –y en párrafos propios se advierte la calidad literaria del autor recordado- una vida entregada y valiente puede dar de sí como resultado del juicio de los otros, un juicio siempre interesado y no siempre de manera constructiva.
He aquí, pues, el relatorio fragmentario y vital relativo a uno de los hombres que nos ha dejado en su obra los testimonios literarios más desgarradores de la vejación, por la imposición de la fuerza, de unos hacia otros congéneres –distintos por nacimiento, distintos por ideología- y que Grossman había de escribir como didáctica para la historia. Por desgracia, eso sí, testimonios válidos para la historia como testimonio real, pero sin poder asegurar que la enseñanza derivada haya hecho mella en el opresor, quien, a solas o al amparo de las instituciones, sigue propiciando cada día ese innecesario dolor del mal gratuito, del hombre contra el hombre