A veces entre los más vendidos se cuela de la mano de editoriales de las llamadas literarias un intruso
A veces, entre los habituales autores que suelen copar las listas de las ficciones más vendidas, se cuela, de la mano de editoriales de las llamadas literarias, un intruso que no parece encajar con sus encumbrados vecinos. En ocasiones esta injerencia se debe a la contundente opinión de algún conspicuo crítico. En otras puede ser el resultado de un potente hilo de Twitter o, sencillamente, de la publicación del último texto de un autor controvertido o de un incuestionable novelista. Así, entre thrillers superventas y premiadas novelas históricas, pueden asomar tanto el provocador Houellebecq como el exótico Kallifatides, el imprescindible Landero y el por aquí desconocido Kempowski, cuya obra ‘Todo en vano’ ha sido calificada de maestra.
En realidad el texto ya partía con ventaja para escalar en aquellas listas al situar a una protagonista femenina al frente de una mansión durante el ocaso de la Alemania nacionalsocialista. Y es que cuestiones como el colaboracionismo, la vengativa delación, o el silencio cómplice y alentador del peor fanatismo, ya estén situadas durante nuestra Guerra Civil o en el conflicto europeo, siguen alimentando ficciones de gran aceptación.
En ocasiones, ese contexto solo supone un dramático telón de fondo, pero en otras se aprovecha para profundizar en las pulsiones, intereses y mezquindades que sustentaron aquellas cobardías. Ese viene a ser el objetivo de ‘Todo en vano’, pero también mostrar el desconcierto de unos personajes que ven desaparecer todo lo que tuvieron, todo lo que fueron.
La familia Von Globig también es presa de esa incertidumbre: lleva tiempo viendo menguar unas propiedades y rentas que, durante la guerra, han quedado reducidas a una mansión en las afueras de una ciudad de Prusia Oriental, y al sueldo de oficial del padre de familia, ahora destinado en Italia para explotar los recursos del país. En la casa quedan Katharina, su hijo de doce años y una tía que hace de ama de llaves ante la inhibición de la señora.
Cuentan, además, con la ayuda de un prisionero polaco y de dos sirvientas ucranianas, con las asiduas visitas de un profesor que se ocupa de la formación del chico, y con las intromisiones del representante local del partido, un antiguo charcutero arruinado que se atribuye la responsabilidad de controlar celosamente cualquier desviación ideológica.
Todos ellos son testigos del creciente flujo de compatriotas de toda condición que, empujados por el avance del Ejército Rojo, arrastran sus pertenencias camino de un oeste protector. Algunos de ellos serán acogidos temporalmente por la familia: un excéntrico coleccionista de sellos, una violinista que viene de amenizar la convalecencia de los heridos, un dibujante que va dejando constancia sobre el papel de todo cuanto ve, un barón de la aristocracia báltica, o un maestro con su familia. Solo alguno de ellos se atreverá a expresar, discretamente, sus reservas sobre el Régimen. Aunque la más comprometida de todas esas incómodas visitas será la de un fugitivo al que Katharina dará refugio, una acción de la que no se hubiera creído capaz y por la que siente un secreto orgullo. A partir de ahí, coincidiendo con la entrada en acción de la artillería rusa, todo se acelerará, todos tendrán que mostrar su auténtico temple.
Kempowski usa un narrador discreto, que prefiere transmitir las reflexiones, dudas y ensoñaciones de sus personajes abriendo sus mentes al lector, para que este conozca de primera mano sus ideas recurrentes y sus recuerdos mitificados. Pero esa discreción se convierte en distanciamiento cuando se trata de describir la crueldad y la desgracia: el narrador se limita a levantar acta, aumentando así el desvalimiento de los personajes, su indefensión.
Una forma radicalmente distinta, pues, de transitar por un reconocible paisaje de desolación y barbarie, que no excluye ni la caricatura ni las escenas grotescas, aquellas en las que mejor se pone a prueba el valor de la dignidad humana.
Rafael Martín