Si soy sincera, no esperaba a estas alturas encontrarme una novela como Mary McCarthy. No es que servidora haya leído ya todo lo leíble y pueda sentar cátedra (afortunadamente), pero sí que tengo ya mi bagaje lector y puedo afirmar, sin equivocarme, que esta es una de las novelas más originales que he leído hasta la fecha. Nunca me han gustado las etiquetas, así que no pienso tratar de etiquetar esta novela. Creo, además, que me resultaría muy difícil. Puedo decir, eso sí, que mientras la leía he pensado mucho en mis queridos Samuel Beckett y Eugène Ionesco. He visto ese absurdo reflejado en las páginas de esta novela. También se me ha venido a la cabeza, en varias ocasiones, el irlandés James Joyce y sus personajes extraños de conversaciones aún más extrañas. Entenderéis ya que es tremendamente difícil intentar catalogar una novela con estos referentes.
Dejando de lado todas esas referencias que me han ido viniendo mientras leía el libro, pasemos a Mary McCarthy, la novela en sí. Estamos en Reino Unido, en el año dos mil diecinueve. Concretamente en Manchester. Y, si concretamos un poco más, estamos prácticamente todo el tiempo en la biblioteca John Rylands. De este santuario de libros surgen casi todos nuestros personajes. Conocemos a Miss Amelia, una bibliotecaria de armas tomar que tras cuarenta y seis años de oficio se jubila. Y conocemos al señor Griffin, quien sustituirá, no sin dificultades, a la antigua bibliotecaria. Ya se lo dice su jefe, el director Berger, que no llegará ni a Navidad. Pero ahí está Griffin, un galés muy galés, dispuesto a dar lo mejor de sí mismo. O al menos intentarlo. O, al menos, ser ese señor galés que intercede por la paz mundial de su biblioteca. Porque dentro de esta biblioteca hay otros personajes que bien merecen ser nombrados. Como los participantes del club de lectura, a quienes coordina ese señor galés llamado Griffin, y que se pasan parte de la novela debatiendo sobre Matar a un ruiseñor, de la maravillosa Harper Lee. Aunque bueno, eso de debatir sobre la novela es un decir, porque en ese club se habla de todo y de nada, de lo terrenal y lo espiritual, de aquí y de más allá.
Y, por supuesto, tenemos a Mary. Pero no cualquier Mary, porque Mary hay muchas, muchísimas. La nuestra es Mary McCarthy, la ordenanza de la biblioteca John Rylands, cuya función es abrir y cerrar. Que puede parecer poca cosa, pero abrir y cerrar las puertas de esa biblioteca es mucho más importante de lo que parece. Sobre todo, teniendo en cuenta todo lo que se cuece dentro de ese edificio. Una Mary McCarthy que sueña con visitar los paisajes y el castillo de Downton Abbey. Esa esa nuestra Mary.
¿Más? Claro. También está Susan, quien acabará por ser Sara, la vecina dueña de la gata Marilyn. Y Garlan, por supuesto, el gato galés del señor Griffin. Porque aquí los gatos también saben lo suyo.
En este Manchester de Brexit, de discrepancias y desuniones, de progreso y estancamiento, de monarquías y, sobre todo, de mucho mucho absurdo, se desarrolla Mary McCarthy, una novela tan original que no admite etiquetas. Tengo que decir que he disfrutado mucho con ella, nuestra Mary McCarthy y sus geniales ideas y ocurrencias. Aunque todo el libro está repleto de citas locas y conversaciones extrañas, siempre con un halo entre lo poético y lo absurdo. Por algo os decía aquello de Beckett, Ionesco y Joyce. Pero, sin duda, después de leer Mary McCarthy PEBELTOR tiene su propio sello, un sello totalmente diferente a todo lo que he leído hasta ahora y que merece la pena descubrir.