No conocía la obra de Nando López, así que “Hasta nunca Peter Pan” es lo primero que leo de él. Que no lo conociera no significa que sea un escritor novel, como podemos comprobar en la solapa de su libro se trata de un autor bastante prolífico. Finalista al Premio Nadal en 2010 con su obra “La edad de la ira”, siendo hoy día una obra de referencia entre docentes, padres y alumnos por su crudo retrato de la adolescencia del siglo XXI. También es autor de más de 20 obras de teatro, una de ellas candidata al premio Max a la Autoría Revelación, y de algún que otro manual (gamberro) de cómo sobrevivir a la secundaria.
En la novela que nos ocupa hoy, a primera vista, y por sus primeras páginas pareciera que nos estamos sumergiendo en una historia divertida a modo de diario. La historia del eterno adolescente, que a pesar de haber entrado ya hace un par de años en la cuarentena sigue imbuido en su inmadurez y falta de compromiso con los que lo rodean y hasta consigo mismo. Una historia que nos puede resultar muy familiar y que creemos haber leído mil veces, pero que no es así, simplemente es que la mayoría nos estamos reconociendo a nosotros mismos en la piel de David, su protagonista.
A medida que avanza la historia nos vamos dando cuenta del error en el que habíamos caído al descubrir que no se trata de un retrato banal de la generación, en la que me incluyo, y que fue más o menos desafortunadamente denominada “Generación X”. No, se trata de un retrato tan real que nos abruma, de una realidad donde a medida que pasan los años tienes que ser cada vez más consciente de que te has de despedir de tus sueños y anhelos, despedirte de la persona que creías que llegarías a ser cuando eras niño y pensabas que en el futuro serías una persona maravillosa que ha cumplido todas tus expectativas, cuando te das cuenta que realmente no eres más que aquel mismo mocoso sin las ilusiones de entonces y con muchos más años.
Me gusta mucho como utiliza la figura del sobrino adolescente del protagonista como catalizador a la vez que detonante del conflicto principal y aún así tan sutil. Un retrato de la adolescencia donde podemos vernos reflejados todos, ya que muchos no dejamos esa etapa atrás, repleta de contradicciones y cambios que aún de adultos no somos capaces de comprender. Esa etapa donde se forja la personalidad que nos definirá en nuestra madurez.
No he señalado que nuestro protagonista sueña con ser un gran director de cine, pero hasta que pueda realizar su meta se tiene que conformar con trabajos alimenticios como realizar making offs de películas de otros directores, según él, con menos talento y más suerte. Haciendo a su personaje tan aficionado al cine Nando consigue conquistarnos ya del todo por la cantidad de referencias cinematográficas que incluye; referencias que cualquiera podrá reconocer sin ser un cinéfilo de culto, ya que la gran mayoría surgen de la iconografía más pop del cine visualizado por la generación a la que pertenece el actor principal de la narración.
El punto de vista del narrador también resulta muy refrescante al no tratarse de una historia en primera persona ni omnisciente, siendo el cronista un personaje más, dando el autor un giro de tuerca como si la novela en sí se tratara de una especie de uróboro donde se nos transmite la veracidad de lo narrado como si -utilizando un término escénico- rompiéramos la cuarta pared.
Todo este cóctel se convierte en una experiencia muy agradable al estar aderezado por un sentido del humor inteligente, con unos diálogos dinámicos-aquí vemos al gran dramaturgo que es Nando López- dignos del mejor Woody Allen. Siendo un perfecto retrato generacional de todos aquellos con síndrome de Peter Pan que no es que no maduren porque quieran ser eternos adolescentes ingenuos e irresponsables, sino todo lo contrario, que conocen tan bien cómo funciona el mundo que no se lo toman tan serio cuando no es necesario.
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