Otoño lejos del nido, de Ángel Gil Cheza, nos hace mirar de frente a nuestro pasado y recordar los propósitos que juramos cumplir en nuestra juventud.
Una joven aparece colgada dentro de una esfera que pende de un árbol y que está fabricada con ramas, como un nido. Ivet Portabella y Xavier Tarrós son los encargados de investigar esta muerte. En un hotel de Barcelona aparece asesinado un influyente banquero que antes de morir ha intentado eliminar un tatuaje que tiene en la ingle. Por otro lado el periodista Edgar Brossa está pasando su peor momento. Sin ingresos no puede pagar el alquiler de la habitación en la que vive, tiene que comer en el primer comedor social que le acepte o pasar hambre. Cuando un amigo de la infancia le pide que investigue la desaparición de su hermano, novelista que tenía el mismo tatuaje que la segunda víctima, acepta. A pesar de que los dos asesinatos y la desaparición parecen no estar conectados, Ivet y Edgar se alían para descubrir la verdad.
La trama principal, la de la joven que aparece asesinada en el nido, se cruza constantemente con el asesinato del banquero y la desaparición del escritor para terminar encontrándose todos como los afluentes de un río.
La novela está escrita con un lenguaje casi poético. Mientras leemos podemos oler las hojas del otoño y casi podemos oír el ruido del viento. El otoño, época de madurez y serenidad, parece oponerse a la primavera, época de renacimiento. El contraste entre las escenas terribles que describe contrastan con el delicioso lenguaje con el que está contado.
Los personajes están solos en medio de la multitud. Ninguno tiene la capacidad necesaria para empatizar con el resto ni son capaces de pedir ayuda. Ivet solo cuenta con la compañía de su perro, Edgar solo cuenta con unos padres que viven lejos y que tienen sus propios problemas, Xavier intenta volver al lugar de su infancia pero solo encuentra desprecio. Están solos.
Todos los personajes consideran que su pasado ha sido mejor que el presente en el que viven: los primeros amores, las primeras ilusiones, los primeros proyectos… Pero ahora ha llegado el otoño y con él la realidad. El pasado siempre tiende a estar idealizado, acabamos recordando, como en la canción de Serrat, los recuerdos dulces. Pero hay veces que los amargos nos estallan en la cara, como les pasa a los protagonistas de Otoño lejos del nido.
Os recomiendo que leáis la novela de Ángel Gin Cheza y recordéis todas las promesas que hicisteis en el pasado. ¿Merece la pena cumplirlas?