“Diríase que el verdadero caminante no descansa jamás… Inició su camino al abrirse sus ojos: ahí comenzó el juego de la curiosidad… ahí comenzó la vida de la muerte”.
Con estas palabras describe el poeta el sendero de la vida, pues no somos desde que nacemos sino caminantes, que solos, pero nunca en soledad, interactuamos con el medio natural que nos contempla: paisajes, de ríos, de árboles solemnes, el mar. Nos susurra el viento, la distancia, el frío … y lo que contemplamos: las calles vacías, las farolas, su luz, la realidad. La nuestra. Realidades del camino por el que avanzamos inconscientes, siempre hacia delante, con nosotros mismos.
¿Quién en su soledad no interactúa con su propio yo, con la naturaleza, con la quietud, con aquello que nos rodea? Con lo sordo del sonido que nos envuelve.
El viaje de la vida en el que todos, individuos caminantes, nunca vamos más allá de nosotros mismos.
Una lectura en la que dejarse caer arrastrado por una ligera y onírica prosa que nos activa el pensamiento. Una inducción a conectar con el silencio hasta los pálpitos más internos del organismo. Y como su propio autor afirma “escuchar es donar-se vida”.
“Disfruten del arrullo del camino”
Sonrían en el corazón, porque con “una sonrisa se combaten los miedos verdaderos”.
NdR