Los “años de plomo” que padeció Italia durante la década de los setenta son recordados como unode los periodos más turbulentos registrados en aquel país. Muchas posiciones políticas de radicalizaron a raíz del legado de los levantamientos estudiantiles de 1968. El conflicto no estaba presente solo en las calles, también estallaba en muchos hogares. Los padres y abuelos que habían luchado como partisanos (o en las tropas de Mussolini) durante la Segunda Guerra Mundial sufrían los reproches de sus hijos y nietos, que estimaban que habian perdido la oportunidad de llevar los principios revolucionarios a sus últimas consecuencias, en una época en la que la democracia italiana era identificada por muchos como una continuación del fascismo por otros medios.
La joven Valeria palpa ese ambiente en su hogar del Trastevere romano. Su hermano mayor pelea continuamente con su padre y acaba abandonando el hogar. Valeria, una vez que comienza sus estudios universitarios, la seguirá en ese rechazo, aunque de manera más condescendiente. En la Universidad apenas se estudia: se asiste a asambleas, a protestas y a charlas políticas. Muchos jóvenes creen estar ante el advenimiento de una nueva era, caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de grupos terroristas como Lucha Contínua, Movimiento Estudiantil o Brigadas Rojas. Dichas organizaciones se irán nutriendo de jóvenes idealistas imbuidos por imágenes revolucionarias de Che Guevara, por lecturas apresuradas de Marx o Althuser o por la influencia de líderes carismáticos como el que presenta el cómic. Dante es un hombre seductor, misterioso y reservado que sabe cómo convencer a jóvenes idealistas de que entren en acción y cometan su primer atentado, aunque sus motivaciones últimas sean oscuras. Como dejó dicho Leonardo Sciascia en uno de los libros fundamentales para comprender ese periodo, la clave está en los intereses que se movían entre quienes manejaban los hilos de esos grupos:
“Su razón de ser, su función, su “servicio” consiste exclusivamente en desplazar la relación de fuerzas , de las fuerzas que ya existen; y en desplazarla no mucho, por cierto; en desplazarla en el sentido de ese “cambiar todo para que no cambie nada” que el príncipe de Lampedusa adopta como lema de la historia siciliana y que hoy podemos adoptar por lema de la historia italiana. Es puramente una operación de poder, pues, que solo puede realizarse en ese ámbito de alianzas políticas en el que el poder vive hoy día, al abrigo de vientos ideológicos. Con eso no queremos decir que las Brigadas Rojas no sean eso, unos “locos”, pero cuando la locura sigue un método, conviene no fiarse.” (El caso Moro, Leonardo Sciascia, Ediciones Tusquets, 2010, pag. 129).
Así pues, en Del Trastevere al Paraíso la vida de la protagonista funciona perfectamente como un modelo de tantas otras vidas seducidas por estos cantos de sirena que en el fondo contaban con un gran componente de nihilismo. Un camino a un Paraíso proletario empedrado de malas acciones “necesarias” para su consecución. Esta presunta emancipación de humillados y ofendidos solo podía darse a través de un camino: el terror. Así reflexiona con Valeria uno de los protagonistas muchos años después, cuando se han convertido en seres maduros marcados profundamente por sus errores de juventud:
“Estábamos imbuidos de una nueva religión, la mejor de todas, la que iba a traer el Paraíso a los hombres (y a las mujeres se diría ahora). Como Prometeo, que robó el fuego a los dioses para traérnoslo.”
Los dibujos de Antonia Santolaya, autora con gran experiencia en la ilustración literaria, se acomodan perfectamente con los textos de Felipe Hernández Cava, uno de los grandes por derecho propio del cómic español. El resultado es la visualización de una biografía trágica que se mueve entre lo onírico y lo real, la crónica de una vida sacrificada al altar de las luchas ideológicas del siglo XX, que nos regala un final hermoso y simbólico a la vez. Sin duda, un cómic que va a estar presente en todas las listas de los mejores del año.