Hoy vamos a hablar de sexo. Sencilla y llanamente. No os creáis que este comienzo de reseña es algo así como un reclamo que busca el click fácil y que después va a hablar de otro tema. En absoluto. Y es que a partir de este punto la cosa se pone seria y es importante que todos sepamos por qué estamos aquí.
El título del libro lo deja bien claro: 42 formas de ponernos cachondos, amén de la portada, una Venus que transmite algo más que la de Botticelli. Hércor Beá, su autor, nos trae un relato de no ficción donde los consejos y las historias se entremezclan para darle al lector un halo de luz. Y no es que yo me esté poniendo intensa, es que esa es la intención de este libro: dar al lector unas cuantas ideas para que su vida sexual sea de lo más satisfactoria.
Con esto último no estoy queriendo decir que el autor se meta en materia y nos dé técnicas de cómo llegar al orgasmo o de cómo emplear no sé qué truco para que todo sea más sencillo y el satisfayer no tenga nada que hacer dentro de nuestras relaciones. Nos da algo mucho más importante y que casi todos acabamos pasando por alto: el morbo.
Y es que el morbo lo es todo y casi nunca le damos la importancia necesaria. Con morbo me refiero a ese je ne sais quoi, la chispa de una relación, la libido, vaya. Y es que tanto si hablamos de una relación duradera como de algo pasajero, normalmente la culminación suele ser lo más importante, llegar a la cima, y olvidarnos del camino.
42 formas de ponernos cachondos contiene una serie de relatos que bien ha vivido el autor en su propia piel o bien le han contado las personas que han ayudado al autor para completar su libro. Son relatos de muchas personas y muy variadas que se atreven a contar sus vivencias personales para que el lector comprenda que la vida sexual va mucho más allá de tener una rutina establecida donde las relaciones las marca el calendario y el reloj.
Y es normal sentirse identificado con esto último, ¿verdad? Sobre todo cuando hablamos de parejas que ya llevan un tiempo. La rutina hace que la cabeza quiera encasillar todas las cosas que se hacen. Igual que hay un horario para llevar a los niños a inglés o para ir a hacer la compra, también hay un horario para tener sexo. Y eso hace que la libido deje casi de existir, porque es algo rutinario, mecánico. Y Héctor Beá nos habla de esto y coincide en que no hay que dejar de hacer esa rutina, pero que también es necesario introducir otros elementos en nuestras vidas que hagan que la relación se avive como si fuera una llama.
Por eso propone diferentes juegos o técnicas que todos podemos intentar, ya que lo único que necesitamos muchas veces es un poco de imaginación, un momento adecuado y muchas ganas de que eso funcione.
No me había parado a pensar en que nuestra mente también se puede educar en cuanto a las cosas que nos resultan eróticas. Hay un capítulo en particular en el que el autor hablar de cómo llegar a excitarse simplemente mirando a nuestra pareja. Quizás nuestra pareja está haciendo algo rutinario y que en otra ocasión no le daríamos ninguna importancia, pero si educamos a nuestra mente para hacer que considere erótico ver a nuestra pareja cocinar o incluso colgar un cuadro, ya habremos añadido un poco de chispa a la situación.
También nos habla de la importancia de las palabras, por ejemplo. De cómo una palabra exacta en un momento concreto puede ayudarnos a que todo se ponga más caliente. Y aquí tiene mucha culpa el cine y, sobre todo, el porno, que nos hacen ver que hablar durante el sexo puede llegar a resultar estúpido y que haga que no nos podamos imaginar jamás en esa situación porque la vergüenza acabaría llamando a la puerta. Es normal, nos pasa a todos, y por eso Héctor se toma la molestia de explicarnos cómo él consiguió utilizar el lenguaje como una parte más del sexo y los beneficios que obtuvo con ello.
En este libro encontramos anécdotas de todo tipo contadas desde la máxima sinceridad. Héctor habla sin tapujos, como debe de ser, y nos transmite todo lo que ha sentido en sus relaciones, desde sus inseguridades a sus éxitos. Es muy fácil ponerse en su piel y sentirse identificado; al fin y al cabo, ¿quién no querría un extra de morbo en su vida? Y aunque parezca algo difícil de conseguir, Héctor lo pone fácil y da ejemplos de prácticas que podemos introducir en nuestro día a día y que harán que lo consigamos.
Siempre me gusta hacer reseñas desde un punto de vista narrativo y aquí me cuesta bastante hacer este análisis. Y esto se debe a que lo importante de este libro es el contenido, no el continente. Aun así, la forma de escribir de Héctor me ha enganchado. Me ha resultado muy divertido leerme este libro —os juro que en alguna ocasión se me ha escapado alguna carcajada— y la sencillez con la que cuenta todo ha conseguido conectar conmigo enseguida, lo que ha hecho que leyera un relato tras otro sin darme cuenta del tiempo que estaba pasando ante mis ojos.
En definitiva, tengo que decir que 42 formas de ponernos cachondos ha sido una lectura muy instructiva —para qué nos vamos a engañar—, que da ganas de probar cosas nuevas y poner en prácticas las técnicas que propone. De momento no os puedo contar si funcionan o no, pero al menos mi cabeza ya está dándole vueltas a alguna que otra idea. ¿Misión cumplida?