Una de las preguntas que siempre me hace la gente cuando digo que estudié Derecho es: ¿Defenderías a alguien que sabes que es culpable? Al principio, durante la carrera y el tiempo que estuve trabajando para un despacho de abogados, la respuesta era un rotundo sí. Y siempre terminaba explicando eso de que todo el mundo tiene derecho a una defensa y a un juicio justo y demás principios procesales que, en fin, a nadie fuera de este mundo interesa. Porque nadie los comprende. O no los quiere comprender.
Y es que es muy complicado pensar que una persona que ha matado a otra tenga algún derecho en esta vida. Incluso la prisión permanente revisable nos parece una nimiedad en comparación con uno de los pecados capitales. Si dejáramos a la sociedad hablar… creo que nuestra máxima sería el «ojo por ojo». Y a mí se me cae el alma a los pies, porque siempre pienso que esas penas podrían aplicarse a un inocente, lo que dejaría encerrado a alguien que no lo merece y a un culpable suelto.
Os cuento todo esto porque esa es la premisa que he encontrado dentro de Perderlo todo, novela escrita por Fernando Gómez Recio. Su protagonista, Antonio Lorente, ejerce su trabajo como fiscal pensando que el sistema judicial español está tan bien construido que es muy difícil que se condene a un inocente por un delito que no ha cometido. Pero lo cierto es que Antonio tiene que empezar a reconstruir sus propios ideales cuando un buen día se encuentra acusado de un delito que no ha cometido. Un delito que podría destruir su vida, demoler todos los pilares que con tanto esmero ha construido. Puede acabar con todo.
Así que en este punto de la historia, nuestro protagonista se ve en la tesitura de seguir defendiendo sus ideales, darse por vencido o acabar cometiendo un delito real para así salvarse de ser condenado por el otro que no cometió. ¿Tú qué harías?
Yo… La verdad es que no tengo ni idea. Supongo que tendría que verme en la situación para poder dar una respuesta veraz a esa pregunta, porque así en frío… las respuestas no valen. El caso es que tú, lector, si te adentras en este libro, acabarás también haciéndote esta pregunta, porque la situación que se vive dentro de él es algo tan plausible que no podrás evitar que tu cabeza se convierta en un hervidero de cuestiones.
Sin embargo, el autor también se preocupa mucho por enseñarnos cómo es nuestro sistema judicial de primera mano. No vayamos a pensar que el lector no va a comprender nada de lo que pasa aquí dentro. Para ello, se valdrá de escenarios reales en los que se tendrá total fidelidad a la forma de proceder de los juzgados de hoy en día. Y no solo de los juzgados; la fiscalía, los abogados o incluso la policía también participarán en esta historia y descubriremos cuáles son los entresijos que manejan a la hora de actuar. Y para esto es indispensable mencionar que Fernando Gómez Recio, además de ser escritor como ya estamos comprobando, también es fiscal, por lo que no he podido evitar preguntarme si solamente tiene en común con su protagonista el cómo se gana la vida o hay algo más autobiográfico en el fondo de este asunto. Mi mente, que va a su bola, como siempre.
Volviendo a lo que importa, tengo que decir que la cosa no queda ahí. El lector no solamente se va a encontrar con una historia entretenida donde aprenderá cosas del sistema judicial y de cómo se llevan a cabo los procesos. No solo tendrá delante una trama entretenida e intrigante donde conseguirá empatizar con el protagonista y ponerse en su piel desde el primer momento. No solamente comenzará a hacerse preguntas y preguntas sobre cómo está elaborado nuestro sistema. Sino que también se divertirá. Sí, querido lector, porque dentro de esta historia —que tan sobria parece en un primer momento— tiene unos toque de humor inconfundibles que acabarán haciendo que sueltes alguna que otra carcajada. Si eso no es tenerlo todo en un libro… Yo ya no sé.
He mencionado de pasada que es muy fácil empatizar con el personaje. Aquí me quiero detener unos instantes, y es que me parece muy interesante que el autor haya optado por escribir este libro utilizando la primera persona. Ese relato contado por el protagonista hace que el lector sienta casi en su propia piel lo que está viviendo. Es muy fácil comprender qué piensa o qué siente con todo lo que le está pasando. Y creo que es muy importante en un libro con esta temática ser capaz de empatizar directamente con el protagonista. Porque creo que al final lo imprescindible es que el lector piense que, si las cosas se torcieran un poco —bastante— podría acabar en la misma situación que Antonio Lorente. Sin duda, una voz narrativa muy acertada y con la que el mensaje llega directamente.
En definitiva, creo que Perderlo todo es un libro que puede gustar tanto a la gente del mundo del Derecho como todo aquel que sea lego en la materia. Lo único que importa es que el lector esté dispuesto a pasar un rato divertido en el que no pueda parar de leer porque necesite saber qué es lo que pasa con el protagonista de esta historia.
Si os habéis dado cuenta, al principio hice una pregunta a la que respondí con un «rotundo sí». Pero esa era una respuesta aplicada en el pasado. Por eso, quizás, ahora mismo estoy aquí hablando de libros en vez de estar con un expediente encima de la mesa. Las mentes cambian, las formas de pensar también, exactamente igual que la vida.