«Comprendo / sin comprenderlas todas las zozobras / de los últimos tiempos. Al lenguaje / las entrego».
Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) ahonda en el estilo que le caracteriza, una poesía que finge ser ensayo y que sin embargo es pasión, que parece rasear con frases reflexivas pero que vuela con el esplendor relajado de las águilas.
En esta ocasión se apoya en la amistad epistolar entre el coleccionista Calouste Gulbenkian y el diplomático Saint-John Perse. Hablaban del jardín que el primero había construido en Normandía. Un jardín y una amistad que a González Iglesias le inspiran su propia convicción:
«cercados como estamos por los muchos que no creen en nada, pidamos que el arte y la poesía nos ayuden para resistir el chantaje de la época».
El jardín es solo un punto de partida, que luego se mezcla con el gusto del poeta por las etimologías y por su canto tendido a la amistad, a lo epicúreo, a lo sencillo:
«lo sencillo está diseminado por el mundo. / A veces no se ve, porque es diáfano. / Su lugar es la rutina tanto como el acontecimiento».
Poco a poco, la experiencia de lo vivido va pidiendo también paso: «Estoy muy lejos / de muchas cosas ya, cerca de todo». No obstante, la morosidad y la contemplación acaban gobernando el ritmo de las páginas. Al fin y al cabo,
«el poeta comparte con la vida / la lentitud y la tenacidad / puesta en aquello que otros desestiman, / el desentendimiento, la esperanza / en el grano perdido tierra adentro. / Mientras estoy durmiendo, el árbol crece».
La alusión shakesperiana, el tributo al desasimiento de Santa Teresa, el homenaje a Tomás Moro van engastados en la biografía poética tanto como los paisajes desde los que el autor se asoma al Tormes o a los pinos de Atenas. La vida traza también curvas como la del río de Salamanca. Así, las cartas que intercambiaron Gulbenkian y Perse se conservan en un nuevo jardín, situado ahora en Lisboa, y han visto la luz en una revista francesa.
«Sobrios también podemos embriagarnos / con este vino que la tarde vierte / en su pequeña copa. ¿No se llama / el cielo así?».
«Estoy muy lejos / de muchas cosas ya, cerca de todo». No obstante, la morosidad y la contemplación acaban gobernando el ritmo de las páginas. Al fin y al cabo,
«el poeta comparte con la vida / la lentitud y la tenacidad / puesta en aquello que otros desestiman, / el desentendimiento, la esperanza / en el grano perdido tierra adentro. / Mientras estoy durmiendo, el árbol crece».