Muriel Barbery vuelve con Un país extraño

 

Alejandro de Yepes y Jesús Rocamora, dos jóvenes oficiales del ejército regular español, se enfrentan a la guerra más cruenta que haya conocido el ser humano. El día que se topan con el afable y excéntrico Petrus da comienzo una aventura extraordinaria que los llevará a descubrir la tierra de su nuevo compañero, un mágico lugar cargado de armonía natural, belleza y poesía que se enfrenta a una oscura amenaza. Juntos participarán en la última batalla y sus mundos, tal y como los han conocido, nunca volverán a ser los mismos. 

Parte novela de aventuras, parte novela fantástica y fábula de tintes filosóficos, Un país extraño contiene una poderosa reivindicación de la naturaleza al tiempo que pone en valor el poder de las historias y la imaginación para construir un mundo mejor. 

Autora de la aclamada La elegancia del erizo, uno de los mayores éxitos editoriales de la historia, Muriel Barbery vuelve a embarcarse en una novela de una finura y originalidad únicas que consolida el prestigio de una escritora convertida ya en un referente clave de las letras francesas. 

«Una extraordinaria novela de aventuras y filosofía que alaba la fantasía y la inventiva. Es Tolkien en la tierra de Giono», François Busnel, La Grande Librairie 

Fecha de publicación: 29/10/2019 

Muriel Barbery nació en Casablanca en 1969. Estudió en la Escuela Normal Superior de Fontenay-Saint-Cloud y obtuvo su agrégation en Filosofía en 1993. Fue profesora de Filosofía en la Universidad de Borgoña, en un instituto y en la escuela de profesores de Saint-Lô. Obtuvo una beca de residencia para la Villa Kujoyama, en Kioto, ciudad en la que residió dos años. Es autora de Rapsodia Gourmet (2000; Seix Barral, 2010), galardonada con el Premio Meilleur Livre de Littérature Gourmande, La elegancia del erizo (2006; Seix Barral, 2007), un éxito internacional que obtuvo el Premio de los Libreros Franceses y fue adaptada libremente al cine, y La vida de los elfos (Seix Barral, 2015). 

Foto: © Boyan Topaloff 

Sobre Muriel Barbery y Un país extraño: 

«Una maravillosa combinación de cuento, poesía, fábula y narrativa de aventuras, una oportunidad para que Muriel Barbery pinte hermosos retratos […] y es también una alegoría: la de la lucha contra el declive de la poesía para renovar el entusiasmo del mundo», Mohammed Aïssaoui, Le Figaro Littéraire 

«Muriel Barbery nos permite reconectar con ese lugar donde habitan nuestros sueños y la poesía. Entrar en su mundo es un verdadero placer», Isabelle Potel, Madame Figaro 

«Un inmenso gozo atrapará al lector si se deja llevar por su imaginación. Es admirable la capacidad de la autora para construir geografías poéticas y retratar los hábitos y costumbres de los asombrosos personajes que habitan estas páginas», Le Parisien 

«Decir que Muriel Barbery tiene talento es quedarse corto…», Le Nouvel Observateur 

«Divertida, inteligente… aérea como un haiku», L’Express 

Personajes de Un país extraño: 

Alejandro de Yepes 

«Alejandro de Yepes había nacido en la tierra que ahora defendía bajo la nieve. Otros combatían por el desenlace de la guerra, pero el general De Yepes luchaba por los arpendes y las tumbas de sus antepasados, y poco le importaba la victoria final de la Liga. Era oriundo de una región tan pobre que sus nobles parecían desarrapados a los ojos del resto de España; por ello, en su tiempo, su padre había sido a la vez muy noble y muy pobre. En el promontorio del castillo se moría uno de hambre contemplando la vista más sublime de Extremadura y Castilla La Vieja juntas, pues la fortaleza se erguía sobre la frontera entre ambas, y con un solo gesto se podían soltar las águilas hacia Salamanca y Cáceres a la vez. Quiso la suerte que Alejandro regresara allí tras seis años de combates lejanos, justo cuando Extremadura se convertía en el eje de la gran ofensiva con la que se esperaba poner fin a la guerra. Más aún, la suerte le permitió al joven general volver a su tierra como un héroe, pues había hecho gala de un sentido de la estrategia que había suscitado la admiración de sus jefes.» 

[Página 21] 

Jesús Rocamora 

«A petición de Alejandro, ahora ya comandante, Ybáñez había ascendido a teniente a un soldado que sería más tarde comandante cuando él a su vez ascendiera a general. Se llamaba Jesús Rocamora y, tal y como él mismo reconocía, venía de un mísero rincón de España, un pueblucho de Extremadura perdido entre dos extensiones desiertas al sudoeste de Cáceres. El único medio de vida de su aldea natal era un gran lago donde pescaban las pobres gentes del lugar, para luego ir a vender las piezas a la frontera portuguesa. Su vida transcurría, pues, entre una pesca y una marcha igualmente trabajosas bajo el sol despiadado del verano y el frío legendario del invierno. Había allí un cura que malvivía como sus feligreses, y un alcalde que se pasaba el día pescando. Por si eso fuera poco, el nivel de las aguas del lago llevaba diez años bajando. Las plegarias y las procesiones habían resultado inútiles: el lago se evaporaba, y, ya fuera por la cólera de Dios o la de la madre naturaleza, las generaciones venideras estaban condenadas a marcharse o morir. Desde entonces, por esa ironía del destino que torna el sufrimiento en deseo, quienes otrora maldecían su pueblo sentían ahora por éste un apego desgarrador, y aunque en esa vida hubiera poco digno de ser amado, escogían morir allí con el último pez del lago.» 

[Página 25] 

Fragmento de Un país extraño: 

—Si no vienen de la otra vida, ¿de dónde vienen?—preguntó Jesús. 

—Hay una sola vida y engloba a los vivos y a los muertos —contestó Petrus—. Pero hay varios mundos, y los nuestros se comunican desde hace tiempo. En realidad, el primer paso del puente ocurrió aquí, en Cruz de Yepes, aunque no hace mucho que lo sabemos. 

Tomando la botella de champán, añadió: 

—Tengo una larga historia que contarles, y eso merece otra copita. 

—¿Podemos saber el nombre de su país? —preguntó Alejandro. 

—Lo llamamos el mundo de las brumas —contestó Petrus—. El mundo de las brumas, donde viven los elfos. 

Hubo un silencio. 

—¿Los elfos? —dijo Jesús—. ¿Vienen del mundo de los elfos? 

Se echó a reír. 

—¿O quizá son ustedes mismos elfos? —preguntó Alejandro sin sombra de ironía. 

Jesús miró a su general como si estuviera loco. 

—No lo encuentro más sorprendente que todo lo demás —dijo Alejandro en respuesta a su mirada. 

—Lo somos —confirmó Petrus—, lo somos. —Y, volviéndose hacia Jesús, le dijo con delicadeza—: Lo veo un poco perplejo, permítame que le sirva otra copa. 

Apuró la botella y, con un leve gesto de la barbilla, le indicó a Paulus que abriera otra. 

—¿Otras burbujas más? —preguntó éste. —Déjenme ofrecerles uno de mis caldos predilectos —dijo Alejandro amablemente, como si los anteriores procedieran de una reserva desconocida. 

Se dirigió al fondo de la bodega. 

—Pensaba que los elfos vivían en el Norte —dijo Jesús—. En el Norte de los cuentos y las leyendas. 

Miró la hilera de copas que tenía delante y añadió: 

—Y que no bebían. 

—También creerá que Dios vive en el cielo y que no bebe —contestó Petrus. 

Ante la expresión horrorizada de Jesús, añadió: 

—A ver, yo no digo que beba. Sólo digo que todos sabemos que el espíritu del mundo no lleva barba y no ha instalado su trono en una gran nube rosa. 

Jesús no parecía menos horrorizado, pero Alejandro, que volvía de las entrañas de la bodega, lo distrajo. 

—Interesante —murmuró, dejando una botella sobre el tonel. 

Petrus se inclinó para leer la etiqueta y sonrió. 

—Amarone —dijo—. El vino de los relatos. 

Marcus frunció el ceño. 

—No nos queda té —dijo. 

—Qué imprevisión por nuestra parte —dijo Petrus sin dejar de sonreír. 

Levantó la mirada y pareció dirigirse a alguien invisible: 

—Nos traerás un poco, ¿verdad? 

—¿Era té lo que tenían en la petaca? —preguntó Alejandro. 

—Sí —contestó Marcus—, té gris muy concentrado. 

—El té de nuestro mundo —añadió Paulus—. Tiene unas… mmm… unas propiedades especiales. 

Calló y lanzó una mirada interrogativa a Petrus. 

Pero a Petrus le traía sin cuidado y sonreía al Amarone con gratitud. 

—Elfos —dijo Jesús—. ¿Y allá arriba también tienen vino? 

—Por desgracia, no —contestó Petrus, con la expresión apenada de pronto. 

Ahuyentó la triste confidencia con un gesto de la mano. 

—De ahí el interés de los puentes —dijo—. Pero nótese que no es allá arriba. Los elfos no viven en el cielo, que ya está bastante concurrido. 

—¿Por los ángeles, quiere decir? —preguntó Jesús—. ¿Han visto alguno alguna vez? 

Petrus sonrió divertido. 

—Los únicos atascos del cielo son los de sus ficciones —dijo. 

Tomó un sorbo de Amarone y exhaló un largo suspiro. 

—Es el mejor que he probado —dijo—, y, bajo tan favorables auspicios, empezaré el relato por el principio. 

Jesús rio. 

—Ahora que sé que no hay ángeles en el cielo —dijo—, podemos empezar por donde sea. 

—Ah, pero sí los hay en esta tierra —dijo Petrus. Acarició amorosamente su copa. 

—El puente que une el mundo de las brumas con el mundo de los humanos parte de un lugar secreto de nuestra tierra al que llamamos el Pabellón de las Brumas. Permite, por orden del guardián de dicho pabellón, llegar a cualquier punto de la tierra de los hombres. Su arco está anegado en una espesa bruma en la que se sumerge el viajero, el guardián realiza su tarea, y el viajero va a parar allí donde desea. Los elfos pueden ir y venir a su antojo, algo que siempre les ha sido imposible a los humanos. Sin embargo, hace unos días cuatro de ellos cruzaron el puente por primera vez. 

Sirvió a todos una copa de Amarone. 

—Ahora, la guerra. Esa parte la conocen: los frentes son inmensos; los combates, interminables, y nadie parece capaz de ganar. La Confederación, que tenía la victoria al alcance de la mano hace dos años, se enfanga hoy en tácticas absurdas. En cuanto a la Liga, está extenuada por la duración del conflicto y la violencia fatal de los cataclismos. 

—Háblenos de esos cataclismos —pidió Alejandro. 

—Los elfos no pueden combatir en el mundo de los hombres —dijo Petrus—. O, más exactamente, pierden en él la mayoría de sus poderes y les es imposible matar. Pero sabemos recurrir a elementos naturales, aunque por lo general nos prohibimos ir en contra de la naturaleza. Por desgracia, un elfo muy poderoso de nuestro mundo, el que desencadenó la guerra, hace caso omiso de esa prohibición y provoca dichos desajustes del clima, que utiliza como arma. 

[Página 51 – 55]