Publicado hace siete años, se reedita ahora en Sexto Piso el volumen de relatos ‘Los que duermen’ que Juan Gómez Bárcena concibió no como un conjunto de temas sueltos sino como una obra conceptual, valga el símil discográfico. Porque hay un hilo conductor que conecta la mayoría de las historias, y porque ciertos temas, como fragmentos recuperados a lo largo de una composición, reaparecen en contextos distintos o desde distintas perspectivas, produciendo un resultado entre épico y melancólico y una sensación de totalidad revelada.
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Uno de esos temas recurrentes tiene como germen el descubrimiento real, en el lodo de un pantano, de un individuo momificado de la Edad de Hierro. Algunas particularidades del hallazgo llevaron a los investigadores a interpretarlo como el sacrificio ritual de una adúltera. Gómez Bárcena asume estas conclusiones para describirnos la ceremonia presidida por la imagen de una diosa con el rostro misteriosamente oculto, mientras en otro relato nos traslada al siglo X para hacer surgir del barro los cuerpos de los ajusticiados, cadáveres que, en el corte que da nombre al volumen, descubrimos expuestos en las vitrinas de un museo.
También se repite la visión, al final de los tiempos, de unos seres metálicos que dirigen sus focos oculares al cielo. Y es al final del libro donde encontramos a esos robots, cada vez más desvencijados, esperando la venida del Gran Hombre que los reparará.
Gómez Bárcena confiere a sus textos la apariencia de una narración oral, la que mejor conviene al relato de leyendas y mitos como los que aquí se recogen, sumergiéndose en una corriente reconocible desde el momento de asumir, en la primera crónica, la imposibilidad borgiana de un libro que catalogara todos los libros. Recorre además la historia de la humanidad deteniéndose en momentos tan sugerentes como las caídas de los imperios, ya sean el Acadio o el Romano: en ambos casos los invasores cometen una transgresión, ignorando unos la maldición implícita en una inscripción incomprensible o desoyendo los otros las prohibiciones de sus propios dioses. La Edad Media y la época de los descubrimientos, los campos de exterminio nazi y el despertar de unos humanos crionizados también forman parte del recorrido, incluso una redonda reinterpretación de la historia de Aquiles y su destino ineludible.
Pero la historia que subyace a lo largo del libro es la de la lucha perdida de la Humanidad contra el Tiempo, aunque algunos personajes no se den por vencidos. Como la reina convencida de que, si por su lejanía aún podemos contemplar la luz de las estrellas muertas, bastaría con alejarnos lo suficiente caminando hacia el alba para llegar a un lugar en el que, aunque su vida ya se hubiera extinguido, se recibieran noticias de su amado rey todavía joven. De igual forma se desplaza en el tiempo a lomos de una yegua el caudillo de una tribu bárbara para acabar descubriendo que los dioses son mortales: nacen y mueren con los pueblos que los convocan.
Sobre esa misma línea, la del tiempo, juega el autor al recorrer en otro texto la Historia hacia ago: el pasado es lo que se espera y las causas se convierten en efectos, de forma que el absolutismo de Luis XVI es la consecuencia de la anarquía revolucionaria, y la crucifixión de Cristo es el resultado de la airada reacción de quienes esperaban conocer el maravilloso suceso con que empezó el cómputo de sus años, quedando decepcionados ante el nacimiento del hijo de un carpintero. Y es que “los hombres vivían esperanzados por el pasado sin recordar nada de su futuro”.
‘Los que duermen’ es, en definitiva, un libro inteligente, con recovecos, que hurga en ese ligero vértigo que sentimos ante un fósil o unas silenciosas ruinas, proponiendo lenguaje y cultura como únicas y vanas armas frente a la fría indiferencia de nuestro implacable enemigo.