El amor, tantas veces aludido literariamente, no podía quedar relegado de sus mitos constructivos, mantenedores de algún modo, de ahí que, oportunamente (siempre es oportuna la reivindicación del amor, sean cuales fueren sus facetas aludidas) nos ofrece ahora, en la habitual edición cuidada a que nos tiene habituados la Biblioteca Castro, estas obras principales, que, a lo largo de la historia, ha dado al lector la literatura española.
Acaso lo que ha venido dándose disimuladamente como el ejercicio de un amor cortés (incluso como paradigma de un tipo de amor que asemeja mucho a la simple seducción del hombre hacia la mujer) ahora se nos presenta oportunamente (siempre oportunamente, dado que la dialéctica de los cuerpos no perderá vigencia jamás dentro de los comportamientos humanos) en las distintas variantes con que la literatura ha abordado tema tan isiguienteinguible como eterno.
Es como si nos acercasen, con carácter didáctico, las ramas del mismo árbol para que podamos distinguir (y conocer) mejor. Así lo hace este volumen antológico que se nos ofrece ahora como paradigma de una figura amorosa. Y a fe que el resultado es nutritivo y fecundo. Siempre lo ha sido, literariamente, el fruto del amor. No hemos de ignorar, con todo, la intención sociológica de rabiosa actualidad que estos temas conllevan en el panorama social de hoy. Esto es un hecho. Y creo que el intento ha merecido bien la pena.
Atendiendo a la memoria histórica en el tema, se nos indica oportuna y fundadamente lo que han sido peldaños de desarrollo de este tema genérico del amor humano por parte de la responsable de esta edición, Carmen Becerra, quien, acaso conscientemente, une el adjetivo ‘burlador’ del primer título abriendo un círculo que cierra con el ‘otro’ nombre del protagonista por antonomasia, don Juan Tenorio. (¿Tal vez el burlador burlado?)
¿Sería innecesario señalar el largo repertorio de obras que en la literatura española han tenido como tema de fondo el amor, desde la novela pastoril hasta la abiertamente erótica. En este caso, no obstante, se trata de abordar el tema genérico del don Juan, cuya amplitud literaria (artística, en general) traspasa con mucho nuestras fronteras.
Yendo a nuestro caso concreto (en este volumen se recogen libros de referencia como ‘El burlador de Sevilla y convidado de piedra’ de Tirso de Molina; ‘La venganza en el sepulcro’, de Alonso de Córdoba y Maldonado; ‘No hay plaza que no se cumpla, ni deuda que no se pague, y convidado de piedra’, de Antonio de Zamora; ‘El estudiante de Salamanca’, de José de Espronceda, y el ‘Don Juan Tenorio’, de José Zorrilla), y analizando un recorrido alusivo al tema, leemos: “En el siglo XVII España vive un tiempo de retracción. Pestes, seguías y guerras marcan una época de luces y sombras, de oro y harapos. Un ambiente de contrarreforma en que la religión es norma de vida y valores como el honor, la fugacidad de la vida o el principio de justicia poética cobran protagonismo. A ello se añade el apogeo del género dramático (se crean teatros estables en patios o corrales de comedias) y la genialidad de algunos artistas como Tirso de Molina. He aquí el escenario del que nace Don Juan” Cierto, el escenario histórico supone un refrendo perfecto para que la trama donde el amor mundano resalte como ‘contraprestación’, como vehículo complementario a una triste realidad material, ha quedado establecido.
El argumento en sí del contenido de estas obras siempre contará con innumerables adictos lectores (el peso de la naturaleza ejerce su influencia en el instinto propio) y el tema literario en sí goza de aventura, de intención moral, de conquista por el instinto y la estrategia natural) razón por la cual aquí la literatura es un modo perfectamente estético y racional de manifestación de voluntades, de identificación social.
La ‘figura’, digamos, aparece nítida ya, a mi entender (o así creo que podría interpretarse, con ese recurso de la voluntad disimulada propia del género) en el pasaje del Burlador de Sevilla cuando leemos-escuchamos, de boca de Don Juan dirigiéndose a la deseada Tisbea: “Ya perdí todo el recelo/ que me pudiera anegar,/ pues del infierno del mar/ salgo a vuestro claro cielo./ Un espantoso huracán/ dio con mi nave al través,/ para arrojarme a esos pies,/ que abrigo y puerto me dan, y en vuestro divino oriente/ renazco, y no hay que espantar,/ pues veis que hay de amar a mar/ una letra solamente” ¿Acaso ella, interpreta el lector, no ha de zozobrar del ánimo ante discurso tan hilado? Es la raíz del mito del Don Juan; no tanto un personaje, sino un mito.
Y a partir de ahí la figura y su historia; y a partir de ahí todo lo demás. La eterna trama humana.
Ricardo Martínez
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