Igual que un chiste conocido puede resultar descacharrante o patético según quien lo vuelva a contar, una historia transitada hasta la saciedad puede parecer original y novedosa si el narrador despliega un estilo tan personal y seductor que logre hechizar al oyente. Así consigue la académica Soledad Puértolas que ‘Música de ópera’ no resulte otra novela más de mujeres que luchan por ser “dueñas de sus destinos” contra el telón de fondo de la Guerra Civil (en la portada de esta edición de Anagrama tampoco aparece la supuesta protagonista de espaldas, en primer plano, ante un paisaje exótico o una antigua mansión).
En principio el texto reúne todos los elementos del ya casi subgénero de la narrativa española: una familia burguesa, en este caso en el Aragón prebélico, unas relaciones a veces complicadas entre algunos de sus miembros, unos secretos bien guardados por otros, o una matriarca, Elvira, cuyo objetivo es mantener la estabilidad y el estatus de su linaje. Pero este personaje vive de espaldas a la realidad, tan entregado a las diversiones que su posición económica le permite, que la sublevación militar le sorprende en el Festival de Salzburgo donde cada año disfruta de su pasión por la ópera.
Una vez en marcha el conflicto, la vida cotidiana en los salones del edificio familiar parece seguir su curso, incluso con una intensidad desconocida, sin dejar que las truculencias del exterior la perturben demasiado. Es en las estancias de la servidumbre, con su sombrío trasiego cargado de murmuraciones y lamentos, donde la guerra sí se siente como una presencia funesta. Esa mullida inconsciencia no acaba de ser alterada ni por el enfrentamiento ideológico de los dos hijos de Elvira, ni por el fantasma de las privaciones que la obliga a buscar de urgencia a un administrador tras la muerte del patriarca.
A partir de ahí, la galería de secundarios se irá nutriendo de personajes reconocibles, como lo son también los ambientes y objetos cotidianos sutilmente descritos, o los hitos históricos que sirven de referencia temporal interna. La novela se convierte así en un trabajo de recapitulación para su autora, y en un ejercicio de memoria para varias generaciones de lectores. Porque la historia familiar deriva en saga cuando el protagonismo de Elvira se transfiere a su sobrina primero y a su nieta después, extendiéndose el relato a las décadas posteriores a la Guerra.
Los tres personajes no funcionan en realidad como estereotipos de sus respectivas generaciones, pero sí sirven para mostrar los cambios en la mentalidad y en las actitudes de unas mujeres cada vez menos dispuestas a someterse a las imposiciones masculinas. Las tres son, además, depositarias de la historia y los secretos familiares a través de las cartas que Elvira no llegó a enviar a una amiga de juventud a la que hubiera querido usar de confidente, documentos que van pasando de una a otra como una carga de la que no acaban de desprenderse.
Pero lo que hace esencialmente singular al texto de Puértolas es la sencillez, la elegancia de su escritura, cuya consecuencia inmediata es una lectura agradablemente fluida. Esta dinámica se ve potenciada a veces con el recordatorio de parentescos y sucesos ya conocidos, apuntes que parecen funcionar como notas evocadas de un tema principal: la musicalidad así obtenida se convierte en el eco de las grabaciones que Elvira escuchaba en su búsqueda esperanzada de la belleza y la felicidad.
Rafael Martín