Si el libro 1 de La muerte del Comendador dejaba al lector entre brumas sobre el origen y la disposición de sus personajes, sobre el nivel o no de la fantasía cercana del eterno aspirante a Nobel,este libro 2 acumula todas las certezas que la obra de Murukami exige.
El pintor sin nombre sigue viendo como los personajes de La muerte del comendador interactúan en versión diminuta con él. Menshiki, el extraño vecino continúa con sus extrañas peticiones. Ahora le pide que dibuje a una vecina adolescente que, casualmente, desaparece antes que concluya su cuadro. Mientras, el pasado del pintor cuya casa habita, el autor de La muerte del comendador comienza a ser la clave, tanto del cuadro como de las fantasías sobrenaturales que el protagonista tiene.
Murakami sigue “planchando camisas” durante páginas y envolviéndonos en su tela de araña de fantasía cercana de una manera tan sútil que nos cautiva y nos hace desear más y más, convirtiendo este libro segundo en una novela difícil de soltar y difícil de terminar por lo agradable que resulta.
Como reproche cabe decir que debería ser un libro único. Desconozco el poder del mercadeo editorial, pero el libro 1 se queda muy cojo, comparado con el desenlace de este segundo libro. Bien pudiera ser un volumen único, pleno para leerlo de principio a fin, en vez de dos tomos separados.
En cualquier caso, el mejor Murakami está de vuelta y, con el desprestigio actual del Nobel, casi mejor que podamos disfrutarlo sin la contaminación de los premios.
Qué viva para siempre Murakami y siga trayéndonos el placer de la lectura como en esta obra.
Por Pepe Rodríguez
De acuerdo, un sólo tomó hubiese sido mejor, por lo menos más honesto con el lector.