Leer a Simenon es un placer agridulce en cada uno de los casos del Inspector Maigret. Dulce porque, tal como indica desde la fajita Banville, es uno de los mejores escritores del siglo XX, y agrío porque parece que el siglo XXI tendría que haber parido escritores de talla semejante a la suya, lo cual deja mucho que desear, y más teniendo en cuenta que es un autor de género.
El esfuerzo de la editorial Acantilado por traernos de nuevo los casos de Maigret tiene su recompensa en esta ocasión mostrándonos un caso casi vacacional pues se desarrolla a medio camino de Antibes con Cannes. A William Brown, un magnate australiano retirado en la Costa Azul, lo han apuñalado por la espalda en Antibes al regresar de una de sus «novenas», periódicas escapadas en las que desaparece varios días y bebe hasta perder el sentido. Para resolver con la mayor discreción el caso, las autoridades envían a Maigret a la glamurosa y soleada costa.
Pronto el Inspector capta la camarilla que rodeaba al finado. Cuatro mujeres, dos en casa y dos en el Liberty Bar y un hijo avergonzado del padre dilapidado que tiene.
Reconstruyendo los pasos del magnate asesinado en las horas que precedieron a su fallecimiento, Maigret tendrá que resolver el caso de un excéntrico al que nunca conoció pero que le resulta inquietantemente familiar.
Simenon capta las luces, los sonidos, las conversaciones y el tono de la Costa Azul para imbuir el caso de un verano que rezuma por cada párrafo. Lentamente y casi sin aspavientos Maigret verá las líneas cruzadas entre los personajes que finalmente dilucidarán el caso.
Una lectura placentera relajada del género negro con mucha más literatura que las obras actuales tanto del género negro como de la novela generalista.