
Antonio Soler (Málaga, 1956) es una de las voces más destacadas de la narrativa española contemporánea. Su obra, marcada por una prosa precisa y una profunda sensibilidad hacia la condición humana, ha explorado con frecuencia los paisajes físicos y emocionales de su ciudad natal, convertida casi en un personaje más de sus historias.
En 2004 publicó El camino de los ingleses, una novela que retrata con lucidez y melancolía el tránsito de un grupo de jóvenes hacia la madurez en la España de los años setenta. La obra, que le valió el prestigioso Premio Nadal, fue llevada al cine por Antonio Banderas en una adaptación homónima que trasladó al lenguaje cinematográfico el espíritu nostálgico y poético del texto original.
Dos décadas después, Galaxia Gutenberg recupera esta novela emblemática, una historia sobre el final de la adolescencia, los sueños truncados y la inevitable transformación de un país que, al igual que sus protagonistas, se asomaba entonces a una nueva etapa. Con esta reedición, el lector tiene la oportunidad de redescubrir una de las piezas fundamentales de la literatura española reciente, y de reencontrarse con el universo narrativo de un autor que ha sabido convertir la memoria y el paso del tiempo en materia literaria.
El camino de los ingleses de Soler, Antonio
El camino de los ingleses, que recibió el premio Nadal, es una de las novelas más admiradas y leídas de Antonio Soler. Ambientada en Málaga en 1978 y llevada al cine por Antonio Banderas, narra el fin de la adolescencia, ese momento en que la inocencia, los sueños y los ideales quedan atrás para aprender a sobrevivir en el mundo áspero, oscuro y vertiginoso de los adultos. El único refugio, entonces, son los amigos, cuya historia el narrador recupera durante el último verano que compartieron. Pero no fue un verano cualquiera, sino uno decisivo en el cual ‘estuvo el germen, la verdadera esencia de nuestras vidas’. Porque tras ese verano cada uno de los amigos emprende, inevitablemente, su propio camino: unos se van a estudiar a otra ciudad; otros inician un trabajo precario empujados por las estrecheces de sus familias; otros, rebeldes, buscan romper con lo que de ellos se espera o se internan inconscientes en la delincuencia. Antonio Soler construye así un vasto universo de personajes, algunos entrañables, otros ruines, todos inolvidables, sobre el fondo de la España en transformación de los primeros años de la democracia. Una novela magistral sobre el último verano de la adolescencia.
Esta novela nos presenta a un grupo de amigos que, cada uno condicionado por sus propias circunstancias pero siempre unidos dentro del mismo círculo, transitan desde la idealización juvenil de sus vidas y sueños hacia la constatación de que el destino les impondrá un rumbo distinto, mucho menos excepcional de lo que habían imaginado. Más allá del argumento en sí, lo verdaderamente interesante reside en la forma en que está narrada: un narrador invisible —un joven perteneciente al grupo, del que apenas se nos revela nada y que podría ser, incluso, una proyección del propio autor— guía al lector a través de un entramado temporal en el que se entrelazan el pasado y el presente. Alterna recuerdos personales con descripciones del barrio, de las familias, de las aspiraciones que mueven a los muchachos, construyendo poco a poco un tejido narrativo que deja entrever el drama que se avecina. En definitiva, se trata de una novela coral sobre la juventud y los sueños.
No obstante, como ya he señalado, no es una lectura sencilla. La abundancia de personajes y la interconexión de las tramas pueden resultar complejas, aunque el autor demuestra gran habilidad al conducirnos de unos a otros con naturalidad. Tal vez el lenguaje y muchas de las escenas resulten, por momentos, excesivamente explícitos. La primera parte del libro está impregnada de un tono sexual muy marcado, lo que quizá explique que no todos los lectores logren conectar con la obra. Yo misma llegué a pensar que echaba en falta cierta «inocencia» en este grupo de amigos; sin embargo, con el avance de la lectura se comprende que esa crudeza es necesaria, pues ese verano que comienza de una manera terminará transformándose, y las cosas que entonces parecían importantes dejarán de serlo al final.