“Me he familiarizado con el olor de la muerte. El olor nauseabundo y dulzón que se coló con el viento en las estancias de este palacio. Ahora me resulta fácil sentirme serena y contenta. Paso la mañana contemplando el cielo y la luz cambiante. El trino de los pájaros se eleva a medida que el mundo se llena de sus propios placeres, y más tarde, al declinar el día, el sonido declina con él y se apaga. Observo cómo se alargan las sombras. Es mucho lo que se ha esfumado, pero el olor de la muerte permanece. Tal vez haya entrado en mi cuerpo y este lo haya acogido como a un viejo amigo de visita. El olor del miedo y del pánico. El olor está aquí igual que el mismísimo aire; retorna igual que retorna la luz de la mañana. Es mi compañero constante; ha dado vida a mis ojos: ojos que se empañaron con la espera y que ya no están empañados, ojos que ahora refulgen de vida”.
Tras leer el magnífico The Master, tuve claro que quería conocer más de Tóibín. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, La casa de los nombres.
La Orestiada es una trilogía de obras de teatro de la Grecia clásica que cuenta la historia de Agamenón, su regreso de Troya y lo que sucedió con su familia formada por su mujer, Clitemnestra y sus hijos, Ifigenia, Electra y Orestes.
Bien, ahora que ya se habrá asustado mucha gente diré que esta novela es una contemporaneización de la Orestiada en la que Tóibín ha decidido prescindir de los dioses y mostrarnos la verdadera tragedia de la historia.
De este modo conocemos a Clitemnestra, que recibe noticias de su esposo quien le pide que vaya a verlo con su hija mayor y el benjamín de la casa. Ella va presurosa preparándose para la boda que le anuncia de su hija con un valiente guerrero y poder ver además a su marido como el héroe glorioso que supone en la batalla y, sin embargo, al llegar se encuentra con la terrible realidad: su marido planea sacrificar a su hija a los dioses para que estos les sean propicios en la batalla. Esto que dicho así suena muy…. “clásico”, Tóibín lo cuenta con naturalidad, eliminando las visiones y el temor a los dioses y nos muestra a Agamenón como un hombre mermado que necesita verse reforzado de alguna manera ante los hombres a los que dirige, y poco parece importar si el modo de conseguirlo es sacrificar a su primogénita. El sacrificio que parece comenzar con una joven vestida con una rica túnica, se vuelve algo sórdido y terrible, ya que no deja de ser una ejecución pública de una niña que está comenzando a ser mujer y se sabe asesinada por su padre ante una multitud. Poco queda de aquellas escenas casi divinas, aquí el cuchillo atraviesa la piel, la sangre hiede, las bestias rugen y, por supuesto, los seres humanos gritan: ya sea por el dolor en sus propias carnes o por el infringido a su alma al arrebatarle a una hija. Y Tóibín sigue humanizando porque, ¿qué mujer seguiría amando a un marido que la engaña y sacrifica a su hija? ¿No comprendemos entonces que piense en vengarse y asesinarlo en lugar de esperar a que decida cometer otra atrocidad en el seno familiar? Clitemnestra humana regresa y seguimos su evolución junto a Electra, menos dramática y más adolescente y tras eso cambiamos para conocer la historia del niño Orestes, que es separado de su familia y tiene que buscar la forma de sobrevivir. Orestes, el gran desconocido en la obra clásica, pretende llevarse en esta novela su parte de protagonismo y por eso el autor decide relatarnos la historia de su secuestro y fuga, sus silencios y aventuras camino de un posible regreso al castillo en el que vivió y que ahora es refugio de conspiraciones por los corredores, y sin embargo, comparado con la primera parte, sentimos que le falta un soplo de vida, que no llega a la misma altura. Pero se le perdona por la fuerza narrativa del conjunto, la sensación de estar ante un cuento sigue siendo fuerte, pero Tóibín hace que sea un placer ir conociendo esta gran historia clásica.
No siempre me gusta que las obras clásicas se reescriban, me cuestan las adaptaciones que parecen querer decirnos que no llegamos al original, y sin embargo me intrigan las versiones en cualquiera de sus formas. En este caso, ha sido un placer disfrutar de La casa de los nombres. Tóibín es un gran escritor, de eso no me cabe duda. Y tampoco dudo que voy a seguir buscando sus letras en las librerías.