“Al Corneta no le hace falta despertador. En la cerrada oscuridad de moho y lona, sus manitas buscan a tientas las cerillas, raspan la punta sulfurosa de una contra la caja, la cerilla prende y arde, y, por fin, el farol, con su dorada luz de queroseno, la mecha, que quema como un pulmón ardiente. Bosteza; se quita el sueño de los ojos a restregones. Con esta luz nueva, busca las gafas y las encuentra, y ahora distingue los detalles de la tienda, sus sombras, sus cosas. Un búho ulula desde la copa de un arce cercano mientras el chico abre los faldones de la tienda y se estremece en el frío que precede al alba. Sus pies descalzos avanzan ligeros sobre esa tierra del campamento que tantos han pisado ya. Se baja los calzoncillos blancos y, temblando, proyecta un arco de pis sobre las frondas grandes y tolerantes de los helechos ocultos. Es un sonido agradable. Como el de la lluvia que rebota en un toldo de lona. Y vuelve a meterse en la tienda, que ahora, con la llama del Coleman, está mucho más calentita. Hasta el alba, una carrera.”
Leí Canciones de amor a quemarropa y no lo disfruté tanto como debería, a juzgar por las opiniones que fui viendo en mi entorno. Y eso me dejó la agridulce sensación de no haber sabido apreciar la novela, por eso tenía ganas de leer algo más de su autor. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El corazón de los hombres.
Estmos en 1962, es verano y conocemos a Nelson en el Campamento Chippewa. Nelson no es buen deportista, saca buenas notas y no tiene amigos. Quiere conseguir todas las insignias y eso no le ayuda a ser precisamente popular. Tan solo un niño llamado Jonathan se posiciona a su lado, al menos parcialmente, ya que lo incita a participar en un juego que perderán y del que acabará siendo Nelson el “pagador”. Como siempre.
En 1997 Nelson es Jefe de tropa en el campamento. Su pericia de boy scout le fue finalmente útil en la vida, en Vietnam. Jonathan reaparece también al llevar a su hijo Trevor al campamento, un hijo con el que tiene una relación horrible aderezado con un poco de crisis de los cuarenta.
Finalmente llegamos al año 2019. Ahora es Rachel, la nuera de Jonathan, la que lleva a su hijo al mismo campamento. Nelson a sus ya 70 años añora otra vida, otros tiempos.
Y estos son los tres tiempos en los que se divide la nueva novela de Butler cuya primera parte es francamente buena. es fácil leer su prosa que no se traba en complicadas descripciones sino que se antoja tan sencilla como la historia que cuenta. Ni siquiera en las peores escenas, como la de la apuesta perdida y el terrible descenso a unas letrinas, pierde una pizca de estilo o musicalidad, dando incluso la sensación de ser menos terrible lo relatado por la forma en que está hecho.
Nelson es el gran protagonista de la historia. Con un padre que no le acepta y una madre que se convierte en su gran apoyo, dirige su admiración paterna hacia Wilbur Whiteside, jefe del campamento. Pero ni esa persona parece la adecuada para protegerle cuando llega el momento. De hecho, ni siquiera es un buen jefe de campamento, ya que Chippewa nos recuerda en algunos momentos a la isla de El señor de las moscas, con sus jerarquías y sus castigos deliberadamente crueles, y pronto somos conscientes de que Wilbur, al igual que le sucediera en su pasado, tampoco va a estar a la altura de lo que se necesita de él. Aún así, la evolución de Nelson parece tender a convertirse en un Wilbur, dejando ago a una madre de la que poco o nada llegamos a saber para terminar en una última parte en la que he tenido la sensación de que Butler había perdido el rumbo. Entiendo las denuncias que hace, pero no justifico el final.
En cuanto a Jonathan, que al igual que Nelson es parcialmente opaco para el lector, mantiene ese juego a medias tintas para acabar desapareciendo y así ceder su espacio en la novela a Rachel, única mujer que parece tener importancia en esta novela eminentemente masculina.
Quiero suponer que la intención de Butler es hablar de valores, utilizando una suerte de epopeya de vida. Sin embargo fracasa de forma estrepitosa al quedarse, pese a dos o tres escenas, en una historia tibia. ni la relación madre-hijo, ni esa amistad que yo no terminé de ver como tal, tienen la fuerza necesaria para convertir esta novela en una gran historia, y tampoco sus personajes son inolvidables. De hecho, a medida que pasa el tiempo, y pese a tener claro que es un libro sobre traiciones, abandonos y valores, se va desdibujando hasta darme la certeza de que ha sido, simplemente, un libro más. Posiblemente si hubiera seguido la senda de esa primera parte, sin cambios de narrador y estilo, hubiera sido muy distinta mi percepción de esta historia que pasa de cruda a edulcorada en un puñado de páginas. Y es que, al final, Nelson jamás tuvo a nadie a su lado en la forma que anhelaba en las primeras páginas, ni siquiera a su propio creador.
Empiezo a estar convencida de que, a medida que leemos, somos más exigentes en nuestros criterios. Así que decidme, ¿cuál ha sido vuestra última decepción?
Por Entre montones de libros