Célebre por haber seguido su propio camino y vertido sus opiniones de forma clara, el escritor Max Aub (París, 1903 – Ciudad de México, 1972) ha sido adoptado por casi todos los colores del espectro político, desde el rojo revolucionario al azul cielo, de los trotskistas a los neoconservadores. Se ha convertido, de facto, en el icono de culto de la liberalidad imperante. El proceso de remodelación del poeta de Versiones y subversiones (1971) ha sido, sin embargo, largo y tortuoso, y no exento de interés. Antes de convertirse en el santo secular que es hoy, es pertinente recordar que fue, por encima de todo, un gran escritor que se ocupó, sin tapujos, de la Guerra Civil española (1936 – 1939).
Mucho de lo que sucedió en las calles durante aquellos días es bien conocido gracias, entre otros, a Max Aub y su ciclo narrativo El laberinto mágico, que oportunamente rescata la editorial Cuadernos del Vigía en 2017. Asistimos en Campo cerrado (1943), primera novela de la serie, a los orígenes de la crisis social detrás de los enfrentamientos en la Ciudad Condal, certero análisis de la política bélica con el estilo periodístico-aforístico, provocativo, transparente, marca de la casa: “Barcelona entreabre por ahí su costado, herida brillante de cada noche (…) por esa sonda se le van los humores, sangre, pus y tiempo, todo revuelto, con los anuncios de remedios para enfermedades venéreas presidiéndolo todo, para no engañar a nadie” (“El Paralelo”).
Gracias a Campo cerrado hoy sabemos no sólo lo que sucedió, sino por qué sucedió: “Si no caes a la derecha, caes a la izquierda. La cuestión no es saber lo que es justo y lo que no lo es, sino que yo esté en lo justo. Y sobre todo no ser espectador (…) ¡Ser parte de la verdad! Luchar y ver. (“El oro del Rhin”). El relato del ambiente enrarecido en Barcelona antes y después del 36 es inestimable. El aplastante sentimiento de pérdida que experimentó su autor se refleja en el devastado paisaje que retrata: “El arte – le decía Lledó a Serrador (…) son ganas de verse, de verse venir, un laberinto de espejos. Ver y ser visto (…) Hasta ahora la democracia era tenido como contraveneno eficaz; ahora se medicinan con ella los dictadores” (“Prat de Llobregat”).
A través de las experiencias de Rafael López Serrador, castellonense afincado en la capital catalana, se evoca el miedo, el frío y, sobre todo, la miseria de la guerra: “Aúllan los representantes de la autoridad civil sin que les valga; muélenlos con el propio chuzo para mayor escarnio (…) Los empujan, acardenalados, polvorientos, con los lomos bien heñidos, a la solitaria calle” (“Vela y madrugada”). Es la suya una vibrante descripción de los días y las noches previas y posteriores al levantamiento del 18 de julio: “No hay luz eléctrica en Barcelona. Ni luna. (…) El fuego hacia los cielos y la ciudad negra con heridos por los portales y asesinos por los tejados” (“Noche”). El enemigo, parece decirnos Aub, no es el comunismo o el fascismo. El enemigo es el totalitarismo, sea del bando que sea.
La lejanía del exilio mexicano debió parecerle al autor de Juego de Cartas (1964) un retiro prelapsario de los horrores de la modernidad. Como indica Muñoz Molina en el prólogo, la grandeza de su relato de experiencia no es, de ninguna manera, un juicio universalmente compartido, como demuestra el hecho de que el libro, hoy reconocido como un clásico, vendiera pocas copias. “[Aub] eligió seguir siendo de corazón ciudadano de un país que ya no existía”. Por su claridad de pensamiento, contra la burocracia de la corporación y la censura, por su ausencia de propagandismo en favor de un bando u otro, los libros de Max Aub definieron su tiempo. Celebramos aquí al novelista y ensayista cuya pasión por la precisión en el pensamiento y el lenguaje sobrevivió a la guerra, la enfermedad y la tragedia pública y privada, y cuyas ideas se convirtieron en la base de la España que hoy conocemos.
Por José De María Romero Barea