En buena medida, en este extraordinario libro se nos revela el secreto, que, tratándose de un poeta, no es poco. Un secreto que, paradójicamente, casi no lo es, a saber: nuestro conocimiento de Ausiás March viene, como autor, de una obra de carácter especulativo-meditativa-religiosa, que, acaso, inscribiría su nombre en el terreno de la religión; más he aquí que ahí es donde el posible secreto se desvela –necesariamente, cabría decir- por cuanto en estos lúcidos ‘Dictats’ es él –literariamente- quien ama y conoce y cultiva la palabra, enriqueciendo su discurso más allá de cualquier tema estricto.
En estos magníficos Dictats es donde el autor mediterráneo hace gala de un conocimiento literario en torno al amor que resulta de una belleza y hondura extraordinarios, lo que amplía su reputación universal por cuanto tal discurso deriva de una época, los albores del siglo XV, donde en Europa no se habían desarrollado todavía en su totalidad las artes de la escritura.
No sería exagerado, creo, decir que este bello libro sorprende por la riqueza interpretativa (incluso con su aquel de argumentación cuasi didáctica, tal como era propio de la época en que fueron escritos), por su discurso en torno al amor que, expresado al modo muy próximo al aforismo, va iluminándonos a los largo de esta páginas (a mi entender recogidas, acertadamente, en la doble versión de su catalán-valenciano primitivo y acompañado de una traducción muy cuidada), acercándonos a la materia del amor con un lenguaje cuidado, elegante, y una permanente elevación estética muy sugerente, sin dejar de ser a la vez un discurso humildemente comprensivo: “Quién puede extrañarse, salvo un necio, de las desventuras que suceden a los que aman? El hombre sin juicio no puede obrar correctamente. Yo me confieso de tal condición, y no merezco vuestros reproches. Si yerro en algo, el amor es el responsable, porque me ha apartado del juicio y de la razón, y no hago nada contra su voluntad; deseando el bien, le agradezco el dolor”.
Es inexcusable, a la vez, relacionar al autor con ese pensamiento místico donde amor equivaldría a vínculo espiritual, de ahí que algunos pasajes resulten alusivos a una forma de bien que acaso rebase lo humano, representando la presencia del amor como el anuncio inexcusable de un bien: “Oh, buen amor, que triunfas sobre la muerte según la historia que Dante nos cuenta, sobre quien ninguna mente racional se atreve a presumir que conseguirá la victoria resistiendo con fuerza, pues con un alma gobiernas dos cuerpos a través de la virtud que nace de la amistad: quien crea que puede acabar contigo no te conoce, y es discípulo de la ignorancia” Así, cuando parece desligarle de cualquier seducción pasajera: “Oh, loco amor, quien desea vuestro placer, sobre falso tiene su dicha. De ahí que su entendimiento no halle reposo, pues solo le rinde culto a la verdad”.
Es de señalar qué altura alcanza el canto cuando es ella, la amada, la protagonista, haciendo valer de un modo prístino el sentimiento de amor: “De vuestro amor no retroderé nunca ni un paso, pues siguiéndoos honesta medro; y si la razón se opone, desmedro, y el mundo me es, sin vos presente, escaso. Paso el día sufriendo un río de muerte, y siendo por vos me duele que el camino sea corto” ¿No son apreciables, en este caso, un preludio de los ‘cantos de amor’ teresianos?
En fin, el amor como entrega total, como identidad en cierto modo, no podría tener un colofón mejor, lo que vuelve a remitirnos a esa unidad de carácter religioso: “Igual que nuestra alma está en todo nuestro cuerpo y en cada uno de nuestros miembros y, si se mutila alguno, no hay que temer que el alma se rompa, mi amor está en la totalidad de su persona, y si veo algo en ella que me desagrade, no siento que mi amor pierda fuerza. En su ser completo reposa todo mi amor, como el mar que no se altera si se elimina una gran albufera”.
Sentir como voluntad, como creencia. Sentir con claro y persuasivo y verdadero amor.
Reseñado por Ricardo Martínez-Conde. https://www.ricardomartinez-conde.es/