Pierre Lemaitre se ha alzado con la corona de la novela negra y el thriller en los últimos años. Ha aportado una frescura excepcional al género usando unas tramas que giran 180 grados sin jugar con el lector y siendo capaz de cambiar la voz protagonista sin saber quién es víctima o verdugo ni si en la siguiente página se invertirán los papeles.
La saga del Comandante Verhoeven triunfa rotundamente con esas bases pero los dos punto y aparte como son Vestido de novia y este Recursos inhumanos gozan de un altísimo nivel para encandilar al lector y dejarle patidifuso.
El antaño flamante director de recursos humanos Alain Delambre ha perdido toda esperanza de encontrar trabajo y se siente cada vez más marginado. Cuando una empresa de reclutamiento considera su candidatura, está dispuesto a todo con tal de conseguir el empleo y recuperar su dignidad, desde mentir a su esposa hasta pedirle dinero a su hija para poder participar en la prueba final del proceso de selección: un simulacro de toma de rehenes.
Sin embargo, la ira acumulada en años de agravios no tiene límites… y el juego de rol puede convertirse en un macabro juego de muerte.
Lemaitre consigue trasformar a este alto ejecutivo en una máquina de guerra que usará contra el sistema las mismas armas que este le ha dado. En su lucha tendrá que hacer frente al conflicto personal con su mujer Nicole y con sus dos hijas quienes -como el lector- no sabrán hasta el final quién es este hombre.
La novedad de esta obra la encontramos en el punto de humor negro que contiene, antes relegado a las interpretaciones sobre el aspecto del Comandante Verhoeven pero que aquí brotan de unos personaje casi “Torrrentianos”.
Indudablemente un libro ganador que deja el agradable sabor de boca de la buena literatura de genero.
Reconozco que el libro está bien escrito, y posee ciertos valores. Pero está montado -muy bien, repito- a partir de un sin número de tópicos y lugares comunes que hacen que todo el primer capítulo resulte poco creíble. Es tan así, que cuando se arriba a la segunda parte, te das cuenta que elegir la primera persona para dar comienzo a la novela, es un error. Porque el narrador mantiene una voz que para nada refleja el desespero por el que está pasando. Eso sumado, como ya dije a los tópicos, la secretaria de Europa del Este, el sicario de apellido latino, el fracasado, se llama Charles, el súperjefe, Dorfman y así empiezan los lugares comunes que le dan ese aire de modernidad pero como si la modernidad estuviera fabricada en una de las factorías chinas donde también se produce la ropa y los juguetes que consumimos desesperadamente.
La novela me pareció, uno de esos cuadros que se venden en las tiendas de chinos que parecen muy bien hecho, y que precisamente por ello, no parecen humanos.
Los escritores, por lo general, intenta imitar la vida. Esta novela me pareció que intentaba imitar o una película o una serie mediocre de la tele. Y esto es porque, a mi entender, para reflejar el drama humano del protagonista, el escritor emplea el lenguaje de la novela policiaca que tan bien se le da. Y al no haber ese móvil factual del crimen, la vida de los personajes es tratada en volandas, sin darles tiempo a respirar, solo mirando hacia afuera. A pesar del desespero, Alain Delambre, el protagonista, tiene tiempo para pensar con mucha ironía y con total inteligencia. Qué quiero decir, que sigue pensando con claridad, una total claridad que no es propia de quien está o considera que está, al borde del abismo.
Sin embargo, el personaje de Charles, el último de los fracasados, me pareció de lo más creíble a pesar de su tonta inmolación al final para salvar a alguien que apenas conoce.
De todas maneras, lo dicho, a pesar de que no me creí la trama -me pareció tan ficticia como intentar ganar con Rambo la guerra de Viet-Nam- la novela está bien escrita, y para quien no ha mamado mucho de Michel Houellebecq, Don de Lillo, Frédéric Beigbeder, se pasaría un buen rato intercalando algún que otro bostezo.