“Siete años ago había recorrido aquel mismo camino en sentido contrario, al principio andando, un tanto desorientado, después acelerando el paso y por fin corriendo, gimiendo, casi gritando.
Habían asesinado a mi madre. Le habían partido la cabeza con un hacha. El buhonero, que era quien había venido a darme aviso, no había sido tan explícito, naturalmente. Los detalles los sabría más adelante.”
A veces es la sencillez lo que más nos llama la atención. Quizás por eso esta cubierta se me grabó a fuego asentando la certeza de que era un libro que iba a leer. el caso es que hoy traigo a mi estantería virtual, El carbonero.
Conocemos a Marc, hijo y heredero de la labor de un carbonero mallorquín. Tras la muerte violenta de su madre, vive con un padre que ha optado por el silencio, cayendo en u nmutismo casi autista que, sin embargo, no le incapacita para su trabajo. Marc, en cambio, se refugia en el calor de unos vecinos, en las visitas de la señora de sus tierras, y en la necesidad de saber. Ahora, siete años después, el pasado volverá a llamar a la puerta.
El carbonero es una obra singular desde su abrupto comienzo hasta la última página. Con la fuerza de una primera persona de voz serena y reposada relata un drama rural teñido de rojo sangre que se acerca a la novela negra sin apenas dar un respiro al lector. No diré uno de esos adjetivos tan de moda, como trepidante, porque no lo es. Es en realidad una marcha sin fin hacia lo inevitable que va cargando de estática las páginas del libro. Con un cierto regusto a aquellos autoras que recorrían caminos rurales, Femenía nos deja el retrato de un pueblo y un oficio desconocido, cuando no olvidado, para muchos: el carbonero que quema encimas vigilando a costa de su propio bienestar que no se apague el fuego. Y también una vida aislada, casi anclada en el tiempo que parece inamovible mientras los días pasan sin apenas cerrar los ojos. Y es en este entorno en el que sitúa la tragedia utilizando para ello una voz desapasionada que contrasta con el sufrimiento que, a todas luces, arrastra el dueño de esa voz y protagonista del libro. No necesita tampoco muchos personajes para terminar la composición de una historia en la que la justicia, o la falta de ella, se alza como la gran protagonista junto al honor y el cariño.
No se pierde el autor en retórica para hablarnos de las costumbres, los valles y las montañas como tampoco lo hace para hablar de los sentimientos, que quedan muchas veces reducidos a impulsos primarios. Quizás sea por eso que se nos antoja una narración cruda, casi descarnada, como si estuviéramos ante el volcado de un alma en boca del narrador. La vida, qué duda cabe, a veces nos da golpes de los que uno nunca se termina de recuperar, y al mismo tiempo obliga a seguir adelante. Y eso es justo lo que sucede en El carbonero: resentimiento, sed de venganza, aislamiento y oscuridad. La vida, en definitiva, y su capacidad para transformar a las personas.
Me ha gustado posiblemente sería la reflexión final más acertada. He disfrutado la historia, he acompañado al protagonista en su búsqueda de verdad, de venganza y de su propio lugar en paz; he escuchado mas que leído cada una de sus confesiones y me he puesto en su piel y sus ojos. Porque, si algo tiene El carbonero, es que no deja indiferente al lector.