“Hay gente que no es querida, nadie la quiere. Y esa es la cuestión, cómo sobrevivir así”. Ese es el comienzo de ‘La diosa parca’, uno de los relatos de la última colección de Liudmila Petrushévskaia, textos en los que muestra a sus desolados personajes intentando enfrentar esa delicada y trascendente cuestión. Su título, ‘Érase una vez una mujer que sedujo al marido de su hermana y él se ahorcó’, es idóneo para describir el tono, entre ingenuo y macabro, que caracteriza la escritura de la autora rusa.
Con un título de idéntica resonancia, ‘Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina’, tomado, también, de su edición en inglés, nos llegó hace cuatro años el volumen con el que Petrushévskaia ganó en 2010 el Premio Mundial de Fantasía de Estados Unidos ex aequo con el consagrado Gene Wolfe en la modalidad de Colección de Relatos. Allí, la polifacética narradora, dramaturga, pintora y cantante, nos transportaba a un territorio en el que la línea divisoria entre el mundo de los vivos y de los muertos se volvía imprecisa, una tierra de nadie por la que deambulaban figuras fantasmales que, en la mayoría de los casos, más que miedo, transmitían tristeza.
El mismo sentimiento que embarga a los personajes, ahora decididamente humanos, que en estos nuevos relatos se mueven entre la pobreza, la marginación y la soledad, esperando el momento propicio para burlar, provisionalmente, la desgracia. Y esta se presenta en forma de embarazos no previstos por jóvenes inmaduros; como estigma en la apariencia huraña y poco agraciada de las protagonistas; materializada en la persistente falta de recursos que empuja a los personajes a vivir en miserables viviendas; o a través de la codicia de unos hijos decididos a privar de aquellas a sus progenitores.
Así, en ‘Alí Babá’ dos jóvenes alcohólicos coinciden en la cola de una cervecería. Ella, cargando aún con el recuerdo de haber sido arrojada por el balcón por su anterior pareja, se marcha con la nueva para prolongar su mala fortuna. Y en ‘Oda a la familia’ encontramos al fruto de la seducción mencionada en el estrambótico título del volumen, odiada tanto por su madre como por su hija. Esta, a su vez, quedará embarazada de otro atolondrado personaje que, sin embargo, prefiere la compañía de una acróbata contorsionista.
Todo un cúmulo de despropósitos mitigado, en algunos casos, por la presencia de figuras maternales que, como en ‘La diosa parca’ o ‘Como Penélope’, velan por la felicidad y el futuro de sus solitarias y desmañadas protegidas. O suavizado al permitir un amor de ocaso, aunque sea con un enfermo de esquizofrenia en ‘Por el camino del dios Eros’; y al ennoblecer, a través del personaje femenino de ‘Happy end’, todas esas vidas desperdiciadas por mujeres ya maduras a las que nadie agradece su abnegación.
Aunque, a pesar de esas treguas, los episodios recreados serían menos llevaderos para el lector si Petrushévskaia no hiciera uso de un tono oral cargado de ironía. Con él arremete, además, contra las estructuras burocráticas que fomentan las intrigas y el nepotismo; o denuncia la reeducación de disidentes y la pérdida de prestigio de investigadores y títulos universitarios. Unas lacras de la sociedad rusa que la autora logra presentar como endémicas y atemporales minimizando las referencias al momento histórico.
Habría que hacer notar, finalmente, que el texto parece jugar a veces en la frontera del absurdo o lo insustancial. Pero no sabe uno si con intención vanguardista o por simple descuido de su autora, suponiendo, en todo caso, que tales inconsistencias no son achacables a la labor de Ana Guelbenzu, traductora de contrastada solvencia.