Como advertencia y didáctica, trata de justificar bien pronto el autor de esta rica antología lo que le ha llevado a acometer esta amplia tarea. “Hay ya una poesía hispanoamericana contemporánea clásica, es decir, viva y fija a la vez; y ella es el objeto central de esta Antología”
Luego vendrá la necesaria acotación no solo en el tiempo sino en las distintas ‘tipologías’ poéticas recogidas, y aquí obtenemos una aclaración que resulta realmente muy útil a la causa, a fin de ‘orientar’ al lector: “En el volumen se recogen las principales corrientes de la poesía hispanoamericana inmediatamente posterior al modernismo: el vanguardismo, con su triple negación de la belleza, la musicalidad poemática y la función comunicativa del lenguaje; el posvanguardismo, cuyos polos de atracción antagónicos son la poesía pura, con su tensión intelectiva casi sobrehumana, y el superrealismo, encarnación en el lenguaje del ansia de libertad total”
A veces, es cierto, la terminología, a pesar de su buena voluntad ilustrativa, puede resultar una barrera para el lector, a sabiendas de que, en esencia, la poesía es como la artesanía en madera o la música tropical: la hay buena y mala. De ahí que lo bueno sea adentrarnos en los ejemplos que aquí se nos brindan de cada autor (introducido por un breve pero útil comentario acerca de su biografía y obra) y atender, así, a versos que pronto nos trasladan a una realidad nueva, fecunda, imaginativa tal como ha venido siendo considerada esta poesía.
El libro posee una unidad significativa propia en cuanto a lo cantado y al destinatario del canto -el paisaje y quien lo habita con una vinculación muy directa física e identitaria a la vez-, algo que pronto se refleja en los versos: “Amor es más que la sabiduría:/ es la resurrección, vida segunda. / El ser que ama revive/ o vive doblemente./ El amor es resumen de la tierra,/ es luz, música, sueño/ y fruta material/ que gustamos con todos los sentidos” según el decir-pensar de Carrera Andrade. Una valoración a la que parece venir a unirse el soneto de Eduardo Carranza, con un añadido explícito en cuanto a la asunción de la patria como símbolo : “Todo está bien, el verde en la pradera,/ el aire con su silbo de diamante/ y en el aire la rama dibujante/ y por la luz arriba la palmera.// Todo está bien: la frente que me espera,/ el azul con su cielo caminante,/ el rojo húmedo en la boca amante/ y el viento de la patria en la bandera”.
Una idea como colectivo, como pertenencia que viene a ratificar Nicanor Parra con sus versos sencillos y emotivos a un tiempo: “Todo está en su lugar; las golondrinas/ en la torre más alta de la iglesia;/ el caracol en el jardín; y el musgo en las húmedas manos de las piedras./ No se puede dudar, éste es el reino/ del cielo azul y de las hojas secas/ en donde todo y cada cosa tiene/ su singular y plácida leyenda:/ hasta en la propia sombra reconozco/ la mirada celeste de mi abuela”
Es difícil, no obstante, resumir, imposible de simplificar, pues no podemos ignorar la presencia de una poesía comprometida políticamente o bien de una clara hondura introspectiva. Sea, entonces, el lector quien valore, quien ponga criterio y emoción allí donde la palabra del poeta le invita a convivir con el lenguaje del compromiso, de la belleza, del destino, de la imaginación.